lunes, 30 de septiembre de 2013

¡Entiende, si te digo tango!

Mi nombre es Yolanda y soy milonguera, vivo y siento el tango como forma de mi ser.
la milonga (lugar)
Entre las cualidades que tenemos los milongueros, se encuentra el que estemos hablando de ello a jornada completa, y si nos pillas en los comienzos, puedes encontrarte con una persona obsesiva compulsiva, en la que sólo piensa en bailar.
Todos los que estamos en este universo cambiamos nuestras costumbres, tenemos una forma de hablar, decir, hacer, viajar y un montón de cosas más, que quienes no están familiarizados con nuestra actividad, en la mayor parte de las ocasiones, no entienda ni papa.
Como mujer afortunada (en general), tengo la suerte de contar con muchas amistades, tanto en persona, como por la redes sociales, que la vida es así, sin entrar en discusiones de ningún otro tipo, muchas de ellas que son tangueras y de un montón de lugares. 
Lo que nos contamos, decimos, nos hace reír, asombrar y comprobar que quienes no están al tango (está bien escrito), no entienden, si quiera pueden sospechar, lo que hacemos.
Después de algunos comentarios, que han sido interpretados de forma escasamente acertada pensé: ¿por qué no echar una mano y despejar algunas dudas?.
Esta es la tarea, contar que significan ciertos conceptos, aunque por muchas palabras que pueda invertir, nunca, nunca, puedes siquiera imaginar, lo que significa todo esto    en el corazón de un milonguero.
Bueno, vamos a empezar a dar un repasito al tema.
Lo que hay que saber sobre todo, que es un baile, una danza, como quien hace por ejemplo bailes de salón, latinos, o cualquier otro género, en el que puedes ir a algún local, bailar, intercambiar y comunicarte a través de esto.
Me refiero, que un milonguero o tanguero, baila digamos a nivel usuario, con técnica aprendida en las clases, bailar y practicar. No incluyo específicamente en todo esto, a los profesionales que se dedican a dar clase, o a bailar profesionalmente, sino al común de los mortales, que abandonan el hogar con los zapatos al hombro, a echarse unos bailes. Ni más ni menos. Aunque por supuesto, los profesionales del tango, hacen exactamente lo mismo, que el resto.
Tango. Tango es una música, una danza, una mezcla de sensaciones igualmente.
Si quieres saber de su historia, obra y milagros, wikipedia, y otras muchas páginas facilitan magnífica información.
clase de tango
Cuando hablamos de tango, concretamos en el baile. En general quien dice que baila tango milonguero, suele referirse al tango, el vals criollo y la milonga.
Lo más “correcto” es decir que eres milonguero más que tanguero, aunque tampoco hay que darle muchas vueltas.
Cuando hablamos de milonga nos podemos referir a 3 posibilidades: la mentira, eso de no me cuentes milongas; el género musical para bailar, y el lugar genérico donde se baila.
Cuando escuches o leas, voy a la “milonga tal”, queremos decir donde vamos a ir. He bailado milonga con “quien sea”, obvio el género.
Las milongas, lugares donde bailamos, suelen tener asignados nombre, generalmente muy relacionados con el mundo del tango, letras, o personajes ilustres, que se han hecho cotidianos para los milongueros.
Otro término, que no hace mucha falta interpretar: los tacos o los zapatos de las féminas.
Sacar viruta al piso, ni pienso comentar.
Hablar del abrazo, eso lo dejo para otra ocasión, que merece ese punto.
Una de las cosas que solemos hacer los tangueros, caldo de cultivo para que el común de los mortales se haga líos de gran calibre, son los viajes.
El milonguero, cuando viaja por cualquier tema, sea por trabajo, ocio o personal, en la maleta, hay que tener un sitio para al menos, los zapatos. Porque vas a un lugar nuevo, y te interesas por las milongas de allí, para que una vez terminada tu jornada, te vas a las milongas de turno, a bailarte con los de allí. No importa que vayas a China, Rusia Jamaica, o Málaga, tu te enteras de las milongas que hay esos días, y apareces. Nosotros hablamos tango, no importa nada más.
Otra cosa que hacemos es asistir, a saber: encuentros, festivales o maratones. Bailar, sin descanso.
Son reuniones que alguien en algún lugar, organiza ese evento. Te inscribes, viajas, abrazas, bailas, te pones como loco con la energía y regresas con las pilas cargadas de emociones y nuevos amigos y amigas tangueros.
foto de familia de un encuentro tanguero
La diferencia suele ser la organización, los días, puedes encontrar algunos que son de fin de semana, maratones sobre todo, donde se pone música sin parar 48 horas, y si te da el cuerpo, ahí tienes. Algunos pueden durar una semana entera, lo común de encuentros y festivales son unso 4 días.
El aforo, hay pequeños desde 200 personas (100 parejas) hasta lo más de 2.000. Los primeros se llaman encuentros, cuando son más 250 personas, aproximadamente, son festivales. Las inscripciones suelen ser para que haya paridad en el género. No encontrar  200 de uno y 50 del otro. Vamos a todos a bailar, y eso es una pifia organizativa
Las horas de baile; milongas de cierto número horas, que les precede otra. En algunos de ellos existe la posibilidad de encontrar exhibiciones por parte de profesionales, que a su vez, dan clases. Todo son ejemplos, porque se dan todas las posibilidades imaginables.
zapato de tango (taco)
Esto tiene muchas formas, horas e idiomas. En la sustancia es que alguien organiza un evento tanguero, y allá que vamos, con el fin de común de bailar.
Le puedo poner poesía, pasión y arrebato, pero eso para otra ocasión.
Por supuesto, todo lo expuesto, no quiere significar que es mejor ni peor, que otra pasión, estoy hablando de la mía.
Puede que no me entiendas cuando voy de noche a bailar, que me acueste tarde, que me gaste tiempo y dinero en irme a cualquier lugar, sólo a bailar. Que cambie mi forma de vestir, y prefiera adquirir unos zapatos de tango nuevos, a otra cosa, o que elija de entre mis planes, cada día ir a bailar tango, sin más.

Todo esto que te cuento, es para que aunque te parezca un locura, es mi bendita locura, que te invito a, que de alguna manera, te encuentres más cerca de mi.



miércoles, 18 de septiembre de 2013

Siento tango. Bailo tango


Cuando conocí el mundo del tango, y quedé atrapada en este universo, pensé: ¡el mundo tiene solución! Cuatro años después, continúo pensándolo.
Como todo, tiene su tiempo, pero este tiempo es de esperanza.
Quien observe de fuera este baile, tiene unos sentimientos encontrados. En general, no suele dejarte frío.
Si lo ves en teatro, la puesta en escena te deja fascinado, viendo esas figuras imposibles, que son muchas, muchas, muchísimas horas de práctica y ensayos.
Como espectador de una milonga, sin saber nada más que los estereotipos, no llegar a comprender. 
Pero el tango no se comprende, se siente. No tiene preguntas, ni respuesta, tiene momentos colgados de música, entrelazados en abrazos, ojos cerrados, y pasos sin lógica.
Una gran frase, que me dijo alguien especial, un músico que se acercó a ver una milonga, y aun siendo de otro género musical, le interesaba conocer ese mundo en el que pensaba de día y pasaba las noches. 
Después de un par de horas mirándonos danzar, cambiar de tanda, pareja, abrazos, y mirar (como casi todos) hipnotizado los pies que pasaban delante de los ojos, estuvimos paseando y por supuesto, le pregunté, que le había parecido, rotundo dijo: "los tangueros estáis locos de los pies". Me eché a reír, pero me pareció muy acertada la definición.
Bendita música, que nos vuelve locos los pies, y el corazón desbocado. Esos abrazos tan reales y cercanos, que pocos tienen la fortuna de disfrutar.
El tango es una cultura que viene del sur del continente americano. Argentina, que es como la meca para los tangueros de cualquier lugar del mundo, y que formamos parte de ese  desperdigado corazón tanguero, y aspiramos a pisar alguna vez.
Pisar y sacar viruta a la pista.
Aunque, en realidad, tenemos nuestro pequeño rincón de Buenos Aires, escondido por la ciudad.
Si tienes suerte, muchos rincones ocultos en la semana, donde el común ciudadano no sabe que vamos a darnos abrazos, a chispearnos los ojos, y llenar el corazón.
Cuando bailas tango, se te olvida el mundo. 
Al segundo tango, a la pregunta de como estás, es bien. Muy bien. Se te llenó el alma de compases, y el cuerpo de abrazo.
El tiempo dejó de existir. De repente, ya no siente la obligación de madrugar al día siguiente.
Si vienes con pesares, siempre hay una tanda que llena de tango, abrazo y cariño, lo diluye. Es un disolvente emocional.
Te emborrachas con la noche, compartiendo sentimiento, con otro como tu.
Te llenas de amigos, y risas.
Te brilla la piel y la sonrisa, deslumbra.  
A veces el cansancio y la pereza, te amarra al confort de sillón, aunque no importa su insistencia.
Te arreglas y conviertes en bailarina. En bailarín. Lustras el sentimiento, y te vas.
Atrapas la noche en el sentido contrario.
Llegas, arrastrando gotas de sueño, y entonces, suena la música.
Manos amables y mágicas ponen uno tras otro, un tango… o tango. Una milonga, un vals.
Bailas y bailas, el sueño desparece, y te embrigan las sensaciones.
Minutos después, olvidaste el cansancio. Una hora después, ya no hay prisa.
Casi a final, no crees que esté terminando. ¿Cuándo empezó a noche?.
Llegas a casa, cansada y los pies ruinosos, pero no duermes. Bostezas, y no duermes. Relajas y empiezan los síntomas nocturnos, por fin, a mecerte.
En las primeras duermevelas, sabiendo las pocas horas de descanso que te quedan, sabes y agradeces la decisión que tomaste.
He pensado muchas veces en la suerte de haber llegado hasta aquí.
La felicidad que siento, cuando bailo, y se arrastra por el resto de mi vida.
Que buena vida, saber que tengo tango.
Me da lo mismo, si cuando esto acabe voy al cielo o al infierno. O me toca purgatorio.
Mientras haya tango, el lugar, me da lo mismo.

martes, 17 de septiembre de 2013

Suspiro sin previo aviso



Se me escapó un suspiro.
Me sorprendió su descaro al hacerse escuchar.
Escapó pícaro, implicando a los de alrededor.
El pensamiento que todo el día deambulo por la cabeza, necesitó un poco de espacio y sin consultarme, dejó de escapa un momento.
No le di importancia, suspiro muchas veces.
Por necesidad, por cansancio, por aburrimiento, por descanso, por parar, y muchas veces por amor.
Pero este suspiro, me sorprendió, porque no sabía que estaba acompañándome toda la mañana.
Tal vez no pertenecía al momento y rezagado se vio sorprendido por el tumulto de la decisión a tomar.
Lo sentí salir, liberado, pero al mismo tiempo, se llevaba algo mío.
No tenía prevista su partida,  me incomodó la decisión, sin consultar.
La justificación de la marcha, no era aquello de hoy. Tal vez fue ayer, o se generó, en un momento, que te quedas colgando del tiempo, pensando sin pensar, sintiendo sin querer.
Le encontré revoloteando. Iba y venía. Sin orden y acierto, se plantaba ante mi boca.
¿Quieres volver? Y entonces marchaba. Pero no se iba.
Continúe el día, con un suspiro a mi lado.
A veces se posaba en el hombro, cerca del cuello,  ronroneaba como un susurro y se acercaba como una caricia.
Hubo ratos que le olvidada, y entonces me alborotaba el pelo.
Otras, le extrañaba no sentir el suave sentir de vaivén.
Pasó la mañana, la tarde y la noche.
El cansancio del día, empezó a sentirse en el cuerpo, pesado y torpe por momentos.
Susurrante a mi lado, dejamos la ropa a un lado, jugaba con las prendas, se escondía y aparecía por cualquier manga, sonriente como un crío.
Jugó con el agua, mientras lavaba las manos, ya tranquilas del día.
Esta vez, con la previsión nocturna del final del día, un nuevo suspiro, traído con la conciencia de quien busca relajarse, y de está manera va aflojando la tensión diaria.
Súbitamente, suspiro y suspiro se encontraron.
No sé bien, creo que escuché risas de encuentro.
Tal vez una jornada larga y pesada me recompensaba con invisibles compañía.
Pero no, allí estaban mis suspiros, revoloteando por la habitación.
“Tardase, tardaste…” escuché.
El resto del tiempo, no puede concentrarme en la cena, porque las migas sirvieron de juguetes, el vaso de piscina, la servilleta de escondite.
Intentando no prestar más atención que la necesaria, casi les piso, no haciendo aspavientos que les espantasen, tanto trastear aquellas horas, hizo que se fueran calmando.
Tranquilidad, por fin. Tranquilidad con sonrisa.
En la cama, antes de apagar la luz, suspiré de nuevo, y este tercero, solo atinó ver mis suspiros acomodados en entre las sabanas, cerca de la almohada. Se acercó a ellos, y le chistaron, bajito, susurrando palabra somnolientas.
Cerré los ojos, y escuché ronroneos. Un último suspiro. Me dormí.

Al día siguiente, se habían marchado todos.

lunes, 16 de septiembre de 2013

El poder de las palabras.

 La utilización de un lenguaje correcto, suele ser el resultado de cierta formación. No significa, que quien tenga estudios, puede hablar bien, y menos aún, escribir bien.
Ciertamente las personas que leen de forma habitual, de alguna manera, y sin ser muy conscientes, suelen tener un vocabulario mucho más rico, porque están familiarizados en el uso de lenguaje.
Siempre se aprenden leyendo, escuchando, escribiendo.
Lo bien que nos suena, cuando alguien habla correctamente, sin necesidad de utilizar palabras rimbombantes, simplemente una exposición clara, cercana.
Esas voces que declaman, con personalidad, dando vida a las frases.
Es hermosa la palabra, utilizarla con cariño, aunque sea para expresar descontento, porque es un vehículo maravilloso, que nos permite comunicarnos. Darnos a otras personas.
Nuestra forma de hablar es una tarjeta de visita. Un currículum, que muchas veces, sin darnos cuenta, nos puede encasillar.
Se ha escuchado tantas veces aquello, de personas con una apariencia física impresionante de gran belleza, y de repente, abren la boca, y te resulta vacío, que ha perdido gran parte de atractivo.
Lo peor son los programas de televisión, que alientan a personajes gritones, que no saben construir frases, y quedan en evidencia, dando patadas a los sentidos, y dejando boquiabierto al personal. Porque son ridículamente “graciosos”, y muchos terminamos (no seré quien tire la primera piedra) repitiendo atrocidades, y lo peor, las soltamos sin darnos cuenta, cualquier esa barbaridad.
Las palabrotas, bien traídas, sencillamente, es información adjunta, el problema surge cuando sirven para no pensar y se convierten en coletillas malsonantes, que lo peor es tu vocabulario puede quedar reducido, de la manera más impensable.
Todo es una interacción social. La comunicación con otras personas, pero también hacia nosotros mismos.
¿Cómo hablas de ti a los demás? Y ¿cómo te hablas a ti? ¿te recriminas utilizando unas formas agresivas? ¿te denostas a la mínima de cambio?
Así te hables, así te tratas, así funcionas.
Si eres de esas personas, que siempre que vas a comenzar algo nuevo, lo primero que sueltas, bien fuera y bien dentro, para que todo el mundo se entere, y tu el primero: ¡no puedo!, ¡no sé!, ¡no me va a salir!.
La verdad que con esa confianza en ti mismo, el mensaje que lanzas al resto es: soy inútil, no cuentes conmigo. Pero lo peor, es que eso es lo que piensas de ti.
Es terrible cuando estás en un grupo de aprendizaje, y escuchas a alguien, que si fuera una excepción, pero no, demasiados, que suele decir lo inútil, torpe que es, lo difícil que es algo, y que no va a salir (malingnos quienes generalizan), intentando contagiar esa inseguridad al grupo.
Los monitores y profesores tendrían que tener una consigna con sus alumnos, para que ninguno exprese, el No, ni ninguna afirmación negativa en clase. Estoy convencida, que sonriendo y probando, iría todo más fluido, incluso quien se  siente el torpe del grupo.
¿Y cuando no te gustas físicamente? ¡qué fea estoy! (o feo, el género tampoco te exime de tratarte harto mal). Ya tienes justificado que no vas a gustar. Pero claro, es que a ti no te gustas, y bueno, es una buena razón para no trabajarte, también.
Cuando te dices lo tonta que eres. O te juzgas por algo.
Todos esos valores que te cuentas, es como te sientes, y como te valoras a ti mismo. Lo poco generosos que somos con nosotros mismos.
Y cuando escuchamos a alguien que se dice cosas bonitas, incluso graciosas, que son generosas consigo mismo, le recriminamos, porque va de sobrado. ¿No te apetecería poder ser así de seguro?.
Nadie te va a dar lo que no te das a ti mismo, y esperar que alguien lo haga por ti, es cargarle con una responsabilidad que no le pertenece. El tiempo que los demás nos dan, debe ser generoso, no obligado. Y por supuesto recíproco.

Aunque lo mejor, que podemos decirnos cada día que nos enfrentemos al espejo: Tu si que vales. Y el resto del día, no lo olvides.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Reflexología, o como empezar por algún sitio

Hace tiempo que decidí que ya estaba bien de ejercer un trabajo puramente administrativo, que ya lo había dado todo, o casi todo, desarrollando con el tiempo, una cantidad de funciones, que aburridas a parte, no sirven para nada. O mejor expresado, no me hacen evolucionar de ninguna manera.
Como muchas personas, que quieren hacer algo diferente, a veces no saben, cual esa cualidad, o ese don, que de alguna manera, está oculto en nosotros, y que si sale alguna vez, nos proporciona una gran satisfacción.
Por fortuna, decisión y la formación en la estoy desde hace años inmersa, no ha sido por la situación en la que se encuentra muchas personas en este país: no tengo trabajo, no encuentro nada, me tengo que reciclar.
Quiero pensar que la decisión es la correcta, no me cierro ninguna puerta a lo que pueda pasar y ofrecer la vida, por supuesto, lo único, es que quiero abrir otras, y otras que estén más acorde con lo que quiero y se me da bien.
Durante el tiempo que mi madre estuvo enferma, le tocaba mucho. Daba masajes en las piernas, en los pies con cuidado, en la espalda. Le untaba en cremas, aceites, o simplemente le tocaba.
Ella decía que le calmaba los dolores, y que le hacía bien que le diese, a parte de todo mi amor, mimos en forma de masajes y toques por todas partes.
Siempre había estimado que el posible bienestar que le pudiera producir todo lo que le hacía, tenia una gran parte de gratitud materna. Como no pensar, que si a una madre le duele, su hija no se lo pueda remediar de alguna manera.
Muchas veces probé, previo consentimiento, con algunas compañeras de habitación del hospital, donde tantos días y tantas veces pasamos. Y también funcionó.
Entonces probé a hacérselo a otras personas, masajearles los hombros, la espalda, la cara, las manos, los pies. Con mimo, cuidado e intuición. Y funcionaba. Quien se ponía en mis manos, se relajaba de una manera casi mágica
Eso te ánima, claro. Algo estás haciendo bien, además de tu intención.
Y con prácticas y poco tiempo, hacia y daba.
La conclusión fue que me gustaba mucho, y que valía para eso. Para reparar esos nervios de la vida diaria, en forma de estrés laboral, o aquellas situaciones emocionales que son difíciles de gestionar, y acaban acomodándose en nuestro cuerpo, e incomodando al mismo.
Hasta que mi vida a nivel personal no se estabilizó de alguna manera, no pude comenzar cursos algo más largos o regulares, que no fuesen los talleres de un día, fin de semana o alguna semana suelta. Y a esos, tampoco podía ir con regularidad.
Y son muchos, fantásticos, y caros, carísimos. Y aunque me apetecía y quería apuntarme a muchos… no, a muchos no, a todos, tuve que elegir ese en concreto que iniciaría la cuenta, cursos anteriores a parte.
Fue la reflexología. El porqué es muy sencillo, soy tanguera, de hace unos años, y aunque no tan asidua y habitual como al principio, pero cuando sales a bailar; lo haces, y a la segunda tanda (ya contaré más del mundo del tango, a nivel de usuario), ya no tienes cansancio, ni sueño, ni te sientes mal, y lo único que apetece y quieres, es bailar hasta que se abra el piso.
Pero claro, así empiezas, pero luego paras. Y a veces, más que parar, parece que caes con todo el equipo anatómico, casi rozando lo forense alguna que otra noche.
Se quedan los pies doloridos, que no puedes con ellos. Te duelen hasta el hueco de entre los dedos. Los metes en agua, los masajeas, les das crema, les pides perdón, les juras que al día siguiente, no sales, y si lo haces, serás más moderada (todo eso importa nada  
al día siguiente, si vuelves a bailar. Así te lo cuento), pero da lo mismo, te duelen a morir.
Luego se calman, si, pero en breve te vuelves al zapato de tango, y venga a volar, milongueramente hablando.
Así que pensé en el alivio que resulta, cuando te dan, no te das, sino que alguien te da un masaje relajante o descontracturante, y deja suelta la planta, los dedos, los tobillos, y notas de nuevo flexibles los metatarsos.
La iluminación en forma de curso.
Durante las clases, efectivamente me di cuenta que se me daban bien, y no tenía mucho más que tener conocimientos que esa técnica, que de manera intuitiva ya sabía.
Después del curso, talleres, y otros conocimientos han ido dándome más información, formación y soltura, pero esto es una carrera de fondo, en el que siempre aprendes algo más. Hay tantas modalidades y formas de masajes, que te desorientas a veces, es el exceso de información, pero no importa, también se puede considerar una oportunidad.
Ahora es otro curso, para aprender otro tipo de masajes y presiones, a parte de lo que ya sé. A las personas a las que he tenido el gusto de dar masajes, también les chequeo con reiki (también encantada), con lo cual, la técnica e intuición hace que trabaje más profundamente, no sólo el tema muscular, sino el emocional.
Me gusta mucho todo este mundo del masaje, sus posibilidades y variantes. Es esto lo que quiero hacer y dedicarme, ya sea por cuenta ajena, o propia, y no creo que pare nunca de aprender y hacer talleres. Espero tener esa fuerza y energía.
Al fin y al cabo, trabajar con la energía, entenderla, comprenderla y disfrutarla siempre me interesó.
Y todos, no somos más que energía.


miércoles, 11 de septiembre de 2013

Soy fan de la Teletienda

Tengo que hacer una confesión pública.
Me gustan los anuncios y teletienda.
Mucho mejor, que me siento ahora, por favor, llevaba esto en mi interior desde hace tanto tiempo.
No veo casi nada de la televisión de forma continúa, no me interesa ningún concurso, alguna de Saber y Ganar veo de vez en cuento, pero poco más. Algún documental de la dos, siempre y cuando un animal no se coma otro animal, que me da.
Tampoco la amplia oferta televisiva de realitys. Ya sea casar a su hijo, a su hija, montón de petardos metidos en una casa, en una supuesta “academia” para hacer gorgoritos, con la siguiente cera de unos de los impresentables de la noche. O esos que hacen ahora de levantar un negocio, después que te has dado el gusto de humillar a los dueños públicamente.
¿quién no quiere ser así de feliz?
Tampoco los programas del corazón, o del hígado, que es lo que me suele dolor, si me expongo a ellos.
Algún momento, de algún capítulo, de alguna serie, en general española. Me gustan nuestros actores.
Los telediarios, me rechinan la mayoría.
Y así, hasta quedarme sin palabras, a propósito de los programas de “calidad” y que considero más perjudiciales que dormir la siesta con la cabeza en el microondas y el móvil cargándose sobre la tripa.
Nada, no hay tela que cortar.
Ahora, cuando empiezan los anuncios….
No sé, siento un momento inspirador viéndolos. Deleitándome con la propiedades del producto, y las grandes aportaciones a la interpretación de más de uno, una o it.
La mayor parte de las veces, ni recuerdo lo que anuncian esas joyas de apenas 20 segundos.
Entrar en ese bucle de maravillas, colores, y sueños.
Pero todo eso se queda corto, muy corto, cuando piíllas esos despliegues publicitarios, que son las teletiendas.
Que decir.
Puedes cortar, cocinar, hacer zumos, ponerte unos calcetines que van más allá, de nosequé, unas zapatillas de andar por casa. Las gafas de sol, que todavía no se que extraordinarias cualidades tienen, y son feas de cojones, pero si los anuncian por ahí, su cosa tendrán.
Y los aparatos para hacer ejercicio en casa. ¿Por qué he pensado en volver al gimnasio siquiera una vez?. Con algunos aparatos, estoy segura que además de fortalecer hasta las pestañas y las uñas de los pies, puedes volar como en una alfombra mágica, y con unos brazos del copón.
También hay un producto que parece lo más, porque los momentos de felicidad que cosecha en pantalla, son para quererlo ya.
Esa cartera de metal, fantástica, de colores brillantes que entre sus múltiples cualidad, a saber son: es de vivos colores (4 y uno es el negro), que si metes la mano en el bolso maleta habitual sale a tu encuentro, metes un billete de 10 euros, tiras la cartera un charco, y después de recogerla del barrazo con dos deditos, los euros están secos (lloro siempre con este momento), y un montón de cosas más que no recuerdo, pero seguro que me haría sentir la más poderosa del universo con ella en el bolso.
Me chiflan las máquinas que cocinan solas. No lo he pillado todavía del todo, pero creo que te ponen la mesa también. Además si cocinas con el aparato en cuestión, tu cocina es en color y tú estás rechupi de contenta sino, está llena de cacharros enormes y es en blanco y negro todo, y tú con pelos de loca. Un sinsentido no tenerlo.
Con el libro que regalan puedes hacer hasta pollo relleno de tortilla de calabacín y pescado, echando los productos dentro, como en una chistera.
El señor con sobrepeso que lo anuncia, y que también vende cuchillos que parecen destinados a Jack el destripador, o público similar, bien que lo dice.
Ahora, el producto que me tiene con una sonrisa desde que empieza, hasta que viene mi chico a sacarme de la abducción apagando la tele, hablándome con cariño y volverme del ensimismamiento, son unos recipientes pequeños, y aquí hay a decir el nombre del producto: son los webis.
No hay nada igual en el mundo. Sirven para hacer huevos cocidos, sin cáscara.
Partes el huevo, y lo hechas en el recipiente, lo cierras bien, y al agua hirviendo, donde en un par de minutos ya están. No tienes más que sacarlo, quemarte las yemas de los dedos, y ya.
También puedes prepararlos con cosas. Lo que se te ocurra, desde aceitunas, chorizo, todas las especias de casa a la vez….
Los puedes poner todos colocados porque tienen base. Los niños lo pueden comer, con una alegría y tener en 5 años el colesterol reventándoles sus infantiles arterias, y tu hacer huevos cocidos de forma convulsa, que yo no lo sabía, pero puedes cocer huevos sin parar.
Y encima, si llamas antes de tiempo, te regalan, que siempre regalan a lo loco el doble de necesitas, el doble de webis. Que llegas a la docena, por llamar.
Y por la forma, en navidad tienes decorado el árbol con los webis.

Hay tantos, tantos productos, que creo que tendré que contar más veces de este capricho de los sentidos míos.




Siempre arriba

Hubo una época de mi vida, una en concreto, larga y durísima, en la que pasé por muchas fases y aprendizajes.
Fueron tantas situaciones, emociones, lágrimas, desesperanzas, y sorprendentemente, momentos para reir, desconectar.
Durante aquel tiempo, también tuve muchos momentos de contención en el anhelo. 
Aprendes a vivir con la circunstancia de salir corriendo, sin más. No puedes hacer planes, ni comprometerte a nada. A veces repites la misma cantinela, de porqué no puedes, aunque suene a excusa, pero mi razón era poderosa. Otro día, hablaré de lo que fueron aquellos días.
Realmente una de lo que tuve la claridad y lucidez de aprender, es que no se puede estar arriba todo el tiempo. Me refiero a que por más fuerte que seas, más optimismo derroches, ánimo para repartir, buena energía para regalar, y un humor a prueba de hospitales (pista de la situación), es un desgaste estar siempre dispuesta a darlo todo tremendo.
Y aunque sólo se día, tienes derecho a sentirte mal, no mal no, lo otro peor.
A llorar por las esquinas, maldecir sin control. A hacerte un ovillo y sentir que se te va la energía por todas partes.
Incluso, aunque parezca inhumano, tienes derecho a desconectar a dejar de estar a jornada completa a los pies de la cama. No renuncias a nada por eso. Sólo recargas tu ánimo.
Porque sino, vas desgastándote sin darte cuenta, el cansancio y los nervios son malas amistades, cuando tienes que darlo todo.
Pero si un momento, no puedes, no hay ánimo, o ganas, no pasa nada, puedes retirarte a una discreto intimidad, y soltar, en la forma que quieras, todo lo que vas acumulando.
Es una suerte, la mía lo fue, contar con grandes amigos, seres humanos hechos de pasta celestial. De verdad.
Cuando entraba en el bucle de con una situación que se podía prolongar en el tiempo, me llenaban de mensajes y acciones, increíbles.
Reconozco que conmigo funciona mucho el mensaje de: En 10 minutos (o los que sean), en la calle, te recojo y nos tomamos una desconexión para charlar de lo que sea y relajarse. Porque sino, a mi las horas, se me van detrás de los días.
Saber que haces lo que tienes que hacer, y das lo que tienes y eres, pero si te falta ese segundo de fuerza, sin sentimiento de culpa, das un paso a un lado y grita. 
Porque somos humanos, y podemos estar llenos de amor para repartir y recibir, pero a veces la situación nos puede sobrepasar, y es tan injusta, que enfrentarse a pecho descubierto sin tregua, sólo acarrea bajas.
No eres mala persona, porque necesites un espacio para ti, incluso en los peores momentos de la vida.
De esta manera el resto del tiempo, que será probablemente el doscientos por cien, estarás integra, fuerte, energética y vital. 
Y le darás todo tu amor, y pasaras el tiempo necesario y más.
Pero incluso, para saber hacer todo esto, hay que saber llorarlo.



lunes, 9 de septiembre de 2013

Todo es cuestión de práctica.

 Recuerdo cuando aprendí a leer y escribir.
Cómo se me atascó la “ch”, y la rabia que me dio, cuando la quitaron del alfabeto. Con lo que tardé en hacerme con ella.
Y como a todos, todo fue poco a poco. Me costó soltarme con la lectura sobre todo, porque la timidez que acompañó a mi infancia, hacía que me hirviera toda la sangre del cuerpo, y se coagulara.
Detalles de soltura a parte, a mi a largo de toda la vida, el tema la letra, como en otras cosas, es algo que me ha hecho pasar muchas horas, de práctica.
He tenido las épocas rebelde de todos, en que “esa era yo, y ya está”, pero vamos, que como también reconozco, que el autoestima, tardó en tener unos niveles aceptables, para no dejarme llevar por el desencanto.
A lo que quiero llegar es, a darme cuenta que no me gustaba la letra que tenía, porque me costaba entenderla a mi misma, o quería que fuera más bonita. Luego cuando tuve que tomar nota, y que terceras personas tuvieran que leerla, me apetecía fuera sencilla, bonita, pero no que necesitase de mi interpretación.
Así que, por unas cosas o por otras, he pasado practicando escritura, copiando o haciendo apuntes, de forma constante.
Incluso, unos de mis exámenes particulares era, escribir cartas (de esas de enviar por correo físico, si) o tarjetas postales. Costumbre que he relajado, y no me parece bien. Pero ya es cosa mía eso.
Y la lectura lo mismo. Cuando ya me sentí más segura, siempre me ha gustado leer en voz alta, para tener dominio de la voz, de la pronunciación, darle el tono.
Es una forma de sentirme segura (más o menos), si me veo en la situación de hacerlo.
Así he conseguido a lo largo del tiempo una lectura y escritura, que me gusta.
Pues con todo he hecho lo mismo.
Por ejemplo ¿te has dado cuenta del gesto de tu rostro? ¿Cómo es? No lo sabes, ni te fijas. Y es lo primero que van a llevarse cuando te ven.
Si tienes el ceño fruncido, o la boca triste, gesto de hastío o aburrimiento, cuando no te peinas… todo eso se ve.
Y no solo lo ve todo el mundo, esa es la señal que mandas a tu cerebro. Y tu cerebro interpreta, que esa dejadez corresponde a algo. Y se lo comenta al corazón.
Creo que una de las cosas que más me aprietan el alma, es cuando tomas el metro a primera hora y ves las caras de los que allí van. El autobús es otra cosa, porque mirar la calle, tiene un despistar, que hace variar. Pero el metro, eso de estar bajo tierra, tiene un quitar sentidos. 
Ves las caras de quienes van montados, y detrás de los maquillajes, peinados, olores, trajes, monos, o caras recién lavadas (me encantaría generalizar hablando de ducha y pasadito el peine, pero no, no puedo hacerlo), si los observas, te das cuenta que hay muchas posibilidades de haber inspirado walking dead.
Paseando por la calle, ves miradas extraviadas, cansadas, tristes. ¿Te sientes así? ¿estás así?, ¿te quieres sentir así? Pues práctica la cara. Tan fácil como eso.
Toma conciencia de tu gesto, tu mirada, la boca….. aprende a relajarlo, a sonreír con los ojos, a no arrugar las cejas, sino hay motivo para hacerlo, aunque lo mejor, es que te sientes así.
Insisto que es el mensaje que mandas a tu cerebro.
Parece una tontería, pero no lo es. No me vale, que puedes estar pasando una mala racha, claro, como todos, pero una mala racha, no es toda tu existencia. Incluso, creo que con la mala racha por medio, más razón, para que tu cara, sea un mensaje de armonía y agradable, y por si fuera poco, rejuveneces.
Al principio te costará, tendrás que repetir muchas veces esa “f” que no te gusta del todo. O esa “g”, que insiste a parecerse a una “j”, y un día… sale tan fluido. Se te entiende tan bien la cara. Ya no tienes que estar pendiente de ninguna tensión muscular, porque ya no la hay, tienes otra cara. Si, otra cara, te pones más guapa (o guapo, que esto sirve para todos), y la gente te mira, porque pareces salida de otro mundo.
Y el mensaje que mandas fuera, lo recibes dentro, porque hay relajación, y sonríes, miras de otra manera, y entonces, levantas la cabeza, las cervicales ya no pesan (tanto), se relajan tus hombros, que ya no tiran de las dorsales, las lumbares no se descontrolan, y la espalda se alinea (si tienes lordosis, con tu lordosis), y caminas de otra manera… Has desbloqueado gran parte de la tensión que tienes.
Y aprendes, a sentirte bien. Qué hay mucha más cosas? si, pero todo se puede cambiar.
Yo lo hice, y si no crees que puede ser, te desafío a que lo pruebes.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Soy la nieta de Tarzán

Así de claro, soy nieta de Tarzán de los monos. 
Mi padre, mis abuelos y la tía (foto de familia)
Forma parte de las memorias paterna, y cuando de pequeña me la contarón, me encantó. Los nietos empatizamos con ello, y por supuesto, los hijos de “boy” nos lo quedamos en el haber familiar.
Rondan años cuarenta en un Madrid de post guerra, y la historia es ésta:
Mi padre es hijo de madre soltera, todo un pecado de amor y abandono, cometido por, y a mi abuela, a partir de ahora, mi yaya. 
En fin, que mi padre "era fruto del pecado".
Tanto fue así, que la familia tuvo que abandonar el pueblecito donde vivían, para venir a parir a mi padre, a un Madrid de final de guerra, pero parece, que menos peligroso, que aquel pueblo y sus habladurías.
Comentario a parte, el pueblo de marras, lo he pisado una sola vez en la vida, y no creo que lo vuelva a hacer, básicamente porque me interesa. ¿Raíces? Con lo que voy a contar ¿quién las quiere cambiar?.
El caso es que mi padre, desde pequeño sabía fruto de que era, y no se le ocultó nada. Tuvo la misma actitud, que hemos tenido el resto. No nos interesaba nada más.
Llamando a mi padre,
a la merienda
Bastante tenían con sobrevivir en aquella ciudad destruida y pobre. Había hambre, dolor y mucha tristeza.
Pero los críos son otra cosa, y en aquel tiempo, la inocencia era de verdad. La información era mucho más limitada, para los adultos, para los niños, mucho más.
Alguna película, algún comic, e infinidad de historias, cuentos y leyendas. Todo eso corría entre la chavalería.
Común: Jabato, o caballerías, historias de vaqueros…
El caso, que a Miguelín que tendría unos 12 años (mi padre, don Miguel) le tendrían que preguntar cuarenta mil veces quien era su padre.
Por lo visto, y para evitar que le trataran igual que en el pueblo,  la historia a contar era, la del padre muerto durante la guerra.
Pero Miguel, debía estar harto y aburrido de soltar tan común respuesta, que no se le ocurrió otra cosa, que responderle a alguno de aquellos niños preguntones, que su padre era Tarzán. Y el niño lo creyó.
Así a pies juntillas. Hijo de Tarzán, ni más ni menos.
Durante meses, Miguel estuvo inventando historias, de que iba a la selva a llevarle el almuerzo, cual obra, las peleas con las tribus, los cocodrilos. Cosas de la Tía Chita (qué menos).
Y los chavales, que debían agarrase a un clavo ardiendo, que les sacara de aquella gris realidad, escuchaban y preguntan. Hubo el momento glorioso paterno infantil de: “entonces ¿tu eres boy?” ¡Claro que mi padre era boy!, se lo había ganado.
La historia podría haber continuado, si nuestro héroe (el mío al menos), hubiera hecho participe a su madre de aquella rocambolesca situación. Pero no lo hizo.
Un día, en grupo, algunos amigos que seguían ávidos las mentiras selváticas, fueron a ver a mi yaya, y le preguntaron: “¿Es usted Jane?”.
La cara de doña Miguela, tuve que ser de trata.
Los suegros de mi madre
Una pena, no haberle puesto en antecedentes.
Hubo unos días de eres desdén infantil, pero por lo visto, volvieron al poco a por más historias, que ya no serían de mi abuelo Tarzán.
La curiosidad, les dejó sin aventuras.
Cuando mi padre, siendo pequeños nos lo contó, nos pareció emocionalmente maravillosa. Y a falta de un abuelo, mejor Tarzán, que petardo que abandonó a mi yaya, me importa un bledo los motivos, y se perdió un hijo y unos nietos fetén.
Así que puedo decir con orgullo, que a falta de detalles sin importancia, soy nieta de Tarzán. Que mi padre es Boy,  mi yaya Jane y sobrina nieta de Chita.
Claro que bien mirado, mi madre también tuvo los suyo. Tarzán y Jane, eran sus suegros.
Eso no es todo.
Como que mi yaya, también fue Angela Lansbury….. pero esa, ya es otra historia.


jueves, 5 de septiembre de 2013

Mis memorias madrileñas

Me considero madrileña y castiza. Chulapa de corazón. Apasionada de mi ciudad. De sus rincones, misterios, leyendas, historia. De las músicas que le acompañan.
Así que he decidido que de vez en cuando tengo que hablar de esta pasión mía, en forma de esos sitios e historias, que tanto me gustan, y en cierta manera han marcado mi vida como ciudadana de esta ciudad.
Y voy a empezar con un pequeño paseo por el barrio de mi familia, Lavapies. Esta vez será un paseo por mi historia, la de mi familia. Los recuerdos surgidos en aquellas calles,  un paseo personal.
Más adelante, me sumergiré más despacio en su historia.
El barrio toma su nombre de la Plaza de Lavapies, era el antiguo barrio judío, y formaba parte del arrabal de la ciudad. Sin muchos datos de cuando empezó a despuntar la vida allí, sería aproximadamente por el siglo XIII.
Junto con los barios de La Latina, y Austrias, es el origen de la ciudad.
Vuelvo a Lavapies. Al de ahora y el de hace unas décadas, antes de de mirar al pasado más remoto.
Porque por sus calles, hubo parte de mi infancia, que iba a visitar a abuelos. Corrí y jugué por donde lo hicieron mis padres.
Tengo memoria de un montón de anécdotas personales, y otras tantas, que me han contado en la familia.
Por ejemplo, que la calle Mallorca, en los 40, era lo más, del barrio. De los primeros edificios con ascensor, y un niño iba a sentarse en el bordillo de la acera de enfrente a ver como subía y baja aquello, como de un cine se tratara. Era mi padre.
Hay un lugar diferente, un solar que esconde maravillas; esconde un huerto, un invernadero, lugar de encuentro de vecinos de antes y ahora, un lugar de cambio de estructuras mentales y rincón natural, hace unos cuantos siglos estuvo un edificio que fue un cuartel. En la parte de abajo caballerizas, arriba despachos, y habitaciones.
Luego, no recuerdo bien, no he encontrado datos que me lo avalen y que me encantaría encontrar, fue una casa de socorro (tema médico, creo) o algo así. Luego ya al final del XIX, pasó a ser casa de vecinos.
En concreto, en el tercer piso, en la segunda puerta de la izquierda, vivían mis abuelos maternos, con mi madre y tíos. Subir aquellas oscuras y larguísimas escaleras, son recuerdos de mi infancia.
Recuerdo el color de las pareces (verdes y negras), los lavaderos y urinarios, que estaban fuera de las estancias, y eran compartidas por los vecinos. La cocina de leña. Los ventanucos, por donde la niña que fue mi madre intentaba subir al tejado de la casa, y que buenas reprimendas se llevó parte de mi abuelo.
Recuerdo el olor de las comidas de los diferentes vecinos. Las historias que se contaban. Que la del final del pasillo izquierdo, había perdido a sus hijos y marido en la guerra, y que salía poco, y no le gustaban los gritos de los niños. Le ponían triste.
Que en el pasillo del piso de arriba, para que mi madre se explayase, corría gritando como una loca pequeña, y que a mi me daba terror ir más allá de aquel tercer piso.
Y bueno, historias personales, familiares, que nadan en mi memoria, y me hacen emocionar cuando pasó por aquel huerto urbano, que no es más ni menos, que la casa de mis abuelos.
Mi padre vivió en la calle Valencia, y mi madre en Doctor Fourquet.
La taberna, donde íbamos a comprar el vino, ahora la taberna de las pelotas, una habitual del barrio, ellos no lo saben, pero guardan las risas de mi abuela.
Ca Valencia con Dr Fourquet, donde estaba el ultramarinos del Señor Casimiro, y al más adelante, donde hay una tienda de juguetes eróticos, había una carbonería, donde por supuesto estaba prohibidísimo acercarme a tocar nada. Prohibición que me saltaba, con la consiguiente bronca materna regresando en el metro, porque me había tiznado las manos y ropa.
En la calle la Fe, Iglesia de San Lorenzo, allí se casaron mis padres, un día de agosto. Mi abuelo, que era republicano y ateo, con las consecuencias de aquella época, se negó a ser el padrino de boda, y se quedó esperando en el bar de enfrente, por no entrar en la iglesia (costumbre, que continuamos emoción los nietos).
O que donde ahora está la plaza de Agustín Lara, la biblioteca, antes las escuelas Pías, y la inclusa, nació mi padre.
En la sala El Mirador, estuve en su apertura, en la primera sesión que hicieron a los vecinos, porque mis tíos abuelos vivían en el edificio, en el cuarto piso. Vino la gran Gloria Fuertes a inaugurar aquello. Más emocionante imposible.
Donde está el Teatro Valle-Iclán, fue hace mucho, mucho, el Cine Olimpia. Pierdo la cuenta de las veces que estuve en aquel cine.
O el mejor bar de todo Madrid, para tomar café con churros, estaba en la calle Valencia, casi con Miguel Servert. Qué buenas meriendas familiares apadrinó aquel lugar.
Y cuantas más historias se me vienen a la cabeza, y sonrisas al alma. 
Creo que es necesario saber esos recuerdos de la familia, que al fin y al cabo es parte de la historia del barrio mismo, además de la mía.
Así que poco a poco iré recordando, e intercalando historias personales, con las del colectivo.
Como recuerdos de familia. Como recuerdos del bario de la familia. Como recuerdos de Zarzuela.