Igual estamos
viendo, como en muchos medios de comunicación también se les está haciendo un
merecido homenaje, y más con lo que les está cayendo, y como se están partiendo
el alma por la educación.
Esos profesores que
de una u otra manera han estado con nosotros, que nos lo han hecho pasar mal muchas
veces, y nos han abierto los ojos, aunque como niños o adolescentes hayamos
tardado en darnos cuenta de su esfuerzo y cariño, no sólo docente.
Con todo esto he
tenido oportunidad de recordar mis tiempos del colegio, entonces se hacía la EGB.
Eran finales de los
setenta, y apenas empezaba a tener conciencia de lo que estaba ocurriendo en mi
país. Acababa de morir Franco y eran los tiempos de la transición.
Entonces tendría
once o doce años y era una niña terriblemente tímida, terroríficamente tímida, era
una niña rara y ya despuntaba una en no querer ser una “mujercita”, prefería
jugar al rescate o montar en patín, ahora monopatín, que a las muñecas o a la
goma con otras niñas.
Tardé unos treinta
años, en una de esas cenas que se organizan de antiguos alumnos, en descubrir
lo que pensaban mis compañeros de mi y claro, lo que yo pensaba de ellos. Pero
eso es otra historia.
Entre mis muchas
virtudes era pasar desapercibida totalmente y la inseguridad, me hizo una
pésima estudiante infantil. Con los años se descubrió que los conocimientos los
tenía, que era buena en muchas materias, pero al parecer no me daba la real
gana. Cierto, no me daba la real gana, para disgusto paterno.
Entonces hasta sexto
teníamos a un mismo profesor y a partir de de entonces, pasábamos a tener uno
por materia.
Recuerdo el día que
entró el profesor y que iba a tener durante varios años, el encargado de las
materias de Lengua y Literatura.
Un tipo alto, moreno,
flaco vestido pantalón gris, jersey de pico y el cuello de una camisa locamente
acomodado. Llevaba una pila de periódicos que hacía tambalearse, con una
cartera llevada igualmente de forma acrobática. Lo recuerdo con la nitidez de
la repetición, día tras día, durante 3 años. Así aparecía siempre cargado y
desgarbado.
Qué grande José
Antonio Medina. Fue el profesor. Mi profesor. Hubo muchos, muchas materias,
muchas anécdotas, pero él es el profesor con letras mayúsculas de aquella
época.
José Antonio hizo
magia conmigo. La curiosidad, avidez y entusiasmo fueron despertadas. No fue un
profesor al uso, de hecho fueron algunos años después cuando lengua y literatura, ortografía y gramática aparecieron
más tarde, que aprecié y aprendí con ganas y esmero.
Sus clases
consistían en contarnos la actualidad, leer distintos periódicos, sacar
conclusiones, entender lo que ocurría en nuestra sociedad, los cambios y
entender lo que había sido y estaba siendo la historia de entonces.
Nos animó a leer y
escribir, a amar las letras, sentir los libros como historia magníficas descubriendo
maravillosas aventuras. Daba lo mismo cuales fueran, infantiles, juveniles, los
clásicos o aquellos best-beller que caían en mis manos.
Ese hombre despertó
en mí la pasión por leer y a la vez contar historias, incluso por
interpretarlas. Me animó tanto que escribí cientos de pequeñas obras de teatro,
de unos quince minutos, formando un grupito de teatro para interpretarlas.
Yo, la chica tímida de clase que apenas hablaba y se moría ante
la pizarra, resultó ser una apasionada y enamorada de las letras.
Unos años después, me contó mi madre con una mezcla entre
orgullo y sentimiento de culpa, que aquel profesor les llamó y contó de mi
hacer literario, lo fructífera que era porque todos los días le presentaba
escritos, cientos. Entre lo que leía y escribía no había tiempo para más,
estaba enamorada de las palabras.
Por lo visto a mis progenitores no les hizo mucha gracia que
la niña, ya rara entonces, fuese animada a contemplar como posible profesión la
de escritora o imagino, cualquiera que tuviera que ver con el mundo literario.
Así salieron y fueron las cosas. Sí que me hubiera encantado intentarlo, pero
nunca podré negar que la decisión de encarrilar mis pasos por cualquier sitio,
no fue sino un acto de amor de mis padres, para procurarme un futuro serio. Sin
más.
Han pasado muchos años y ese amor nunca se fue, aunque lo de
escribir se haya resistido, aunque no me ponga de forma seria, aunque nunca
debe decirse “lo del agua”.
Leer siempre lo he hecho, a veces más apasionada, otras con
más tranquilidad. Mi vida y mi casa está llena de libros. Situación que he
tenido la oportunidad de calibrar al peso, en algunas de las múltiples mudanzas
habidas en mi vida.
Pero fue él, la mecha o detonante, la libertad que me
ofreció para acercarme a este apasionante mundo, y procurarme un romance eterno
con los libros.
Tuve muchos profesores a lo largo de mis años. Algunos amé,
otros odié, respeté, de más mayor compartí además de salidas, puntos de vista,
cañas, discusiones e ilusiones, pero es José Antonio Medina, al profesor que
hoy quiero hacer el honor de decir que fue: MI PROFESOR.
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