Así que parapetada con la indumentaria invernal de no dejar más que los ojos al aire y tampoco, que ya me había colocado las fantásticas gafas que no sólo me quedan fetén sino que me hacen ver la vida bastante más clara, iba caminito de casa dándole vueltas a las emociones.
El acercarme a estas fechas me crea una cierta ansiedad. En casa no somos precisamente católicos practicantes y si no fuera por que todos los mensajes que van clamando por las entrañables, pasarían sin pena ni gloria.
Voy a confesar que el año pasado no saque ni un adornito navideño y ni lo eché de menos. Pasaron las cenas, uvas y roscones y entonces me asalto una pena infinita no haber puesto una bolita o espumillón desnutrido porque a mi madre le encantaban. La casa se llenaba de discusiones, villancicos, llamadas y adornos. Turrón poco, aunque siempre había algún trozuelo rondando por los paladares paternos. Así que una vez pasaron estas fechas me dio una tontería y me pegué una llorera que este año he remediado sacando las 3 cositas navideñas, que ni cuenta te das que no están, pero a mi corazón le vale.
Cavilaba sobre el bombardeo de los medios de comunicación y marcas comerciales de todo pelaje que nos dicen que es Navidad aunque no la de toda la vida de Dios en España, sino la que viene de EEUU, con su black friday, ciber monday (todo eso de los cojones), Papa Noel, mensajes de paz, buen rollo, alegría que te dan ganas de tomar almax para las emociones.
Todos esos pensamientos los iba intercalando mientras caminaba y encontraba más de un portal en el que había alguien durmiendo entre cartones.
Ninguno era un portal de Belén y allí no había nadie adorando, ni presentando respetos. De hecho vivimos en un lugar donde últimamente a cualquiera le minan la dignidad y el respeto, eso sino quieres calentarte del todo con un multón por no tener ni para comer... pero esto es para la gata harta, no por aquí.
En eso estaba la mente pasando entre las fiestas, lo afortunada que era a pesar de todo y con el corazón encogido por tanto indigente acurrucado intentando pasar la fría noche.
Entonces a cierta distancia de donde me encontraba, vi a alguien que estaba inclinado sobre un saco de dormir con unos cartones alrededor haciendo algo, con una bicicleta justo al lado. Reconozco que me entró algo de inquietud porque ya una se espera cualquier cosa y robar a quien esta viviendo en la calle y no tiene nada tampoco es nuevo. Terminó lo que fuera y tomó la bici y subió la calle en la dirección en la que me encontraba.
A pocos metros había otra persona durmiendo en la entrada a un garaje y el ciclista paró de nuevo a su lado. Claro, poco a poco me iba acercando a la situación y no sabía que hacer si dar la vuelta o seguir. No lo pensé mucho y continué con paso firme y acercándome a la escena.

Fue un instante y eché a andar de nuevo, atónita y asimilando en lo que había visto.
Llegué a la conclusión llena de emoción que acababa de toparme con el mismísimo Santa Claus, desde luego algo más modernizado y flaco. Si cambias el trineo por la bici, te vistes de rojo y tienes barba y pelo largo desde luego sino eres él, eres un descendiente directo.

Me acerqué al armario, subí a la escalera y bajé tres paquetes. Un arbolito medio destartalado, un belén que es una bola de nieve que se le ha ido saliendo despacito el agua de la esfera y resulta que tengo a la sagrada familia con el agua al cuello (no es metáfora) y una figurita de Papá Nöel. Lo puse por el salón para delicia de Cleo y me acosté.

Gracias Santa