¿Pensar que estuve a punto de perdérmelo?
El error fue mío, si esperas que alguien te diga o que se
confirme "nosequé", te puedes quedar en tierra y cara de
circunstancia.
Afortunadamente y sin esperar más, escribí a Joseba y le pregunte
a última hora si quedaba plaza libre. Era el viernes anterior a evento y ellos
iban a estar fuera por trabajo. "En cuanto podamos te contesto". Y lo
hizo el domingo a última hora de la noche. No sé por qué, pero estaba
convencida que había un hueco para mi. Y lo hubo.
Así que de repente me encontraba a tres días de tomar el coche (no cojo el coche desde que conozco tanto argentino) y
viajar a otra dimensión, digo a baztango.
Cómo ya he tenido la suerte de ir en anteriores ocasiones, sabía
que lo que iba a encontrar aunque con el gusanillo del la inquietud pensando
"lo mismo no es como otros años y no lo paso bien". No sé, siempre
tengo es cosita dentro ya vas con unas expectativas tan altas a este tipo de
eventos y, la verdad, es que no tenía ni idea de lo que me esperaba.
Durante todo el viaje en coche que realicé sola, fui cantando a
voz en grito pletórica de alegría. No me perdí (bien por mi) y pendiente que
estaba de salidas de autopista, rotondas y montañas (soy de “Madrí” cuando veo
una montaña me quedo tonta) y de repente, apareció el hotel Arocena ante mis
ojos.
Llegué más pronto de lo esperado, así que subí a la habitación.
Una pequeña, muy pequeña con un armario y cama grandes, muy grandes, con unas
vistas de locura. Quedaban muchas horas por delante para comenzar y decidí
descansar un poco. Madrugar, cinco horas de coche y la emoción, creí
inocentemente que dormiría un rato.
Creo que ahí empecé a sentir el mal del milonguero. No duermes ni
queriendo. Tampoco es que lo pusiera en las actividades, es verdad.
En
el tiempo que tarde en darme cuenta que iba ser inútil descansar, me estaba poniendo nerviosa por momentos así que me puse en
marcha. Lo primero que había que hacer era tomar el primer café de todos los
que me he podido tomar este festival. No sé como no he acabado fulminada alguna
noche de tanta emoción y cafeína.
Este
año coincidía que en Madrid había otro encuentro así que sólo estuvimos 2
personas como representación capitalina y cada una nos tomamos una habitación.
Hay que reconocer que es más barato compartir pero así, también es más tranquilo y
puedes tener la habitación como si hubiera habido un terremoto. La mía.
El
cinco de diciembre de dos mil trece, a ocho de la tarde: comienzó Baztango.
Como
si hubieran dado una corriente de luz a todos los que abarrotamos el salón,
preparados para cenar, con el brindis presto, la presentación por parte de nuestros
anfitriones Joseba y Bakartxo de todo el equipo de magos y buenos amigos,
surgió el primer estallido de júbilo.
Eso
es lo que tiene Baztango para los que repetimos, los nuevos a la congregación se
embelesan sintiendo como nos reencontramos y abrazamos. Nos miramos y
sonreímos. Nos tocamos. Porque estamos de nuevo ahí, a punto de viajar a otro mundo.
Y
comenzó de nuevo. Comenzó la alegría y con ganas.
Siempre
que asisto a algún encuentro de este tipo, donde somos poco menos de doscientas
personas, se nos puede sentir a todos y me encanta la sensación que se
trasmite.
La
luz en la milonga de Baztango es un adorno más. Mesas dispuestas alrededor de
una pista magnífica donde sólo nos dolerán los pies porque estaremos dispuestos
al sacrificio de horas y horas baile. Muchas, a veces demasiadas para aguantar
tacón 7 horas. No importa te cambias por un calzado más cómodo, estás entre amigos. Muchos no nos hemos
visto nunca pero aquí eso dura un suspiro. Reconocemos nuestra energía y nuestros
corazones.
La
primera noche la música fue maravillosa. Enrique Barraquero, un tipo con una
mirada y sonrisa llena gran energía. Tal vez fuese porque era la primera noche
aunque yo sentí lo mismo, con cada milonguero que me enfrentaba a la pista
decía lo mismo: “qué tanda más buena nos ha tocado”. Era cierto.
No
puedo decir que eso no ocurriera en cada una de las milongas sucesivas, porque
ha sido el mantra de cada una de las noches.
Recuerdo
un milonguero al cual había visto en varias ocasiones, me gustó su forma de
bailar aunque nunca tuve el placer de hacerlo porque había sido invisible a sus ojos milongueros, hasta esa noche. Por eso me
encantan estos lugares, todos nos vemos, sentimos y tenemos nuestra
oportunidad.
Me
sacó a bailar. Increíble experiencia, y lo primero que le dije entre tango y
tango cuando me preguntó que tal, fue: "hace años que estoy esperando a que me
sacarás".
Es
verdad, tengo una técnica para hacer amigos harto curiosa, pero efectiva. Nos
reímos y continuamos bailando todas las noches. Valió la espera y ahora
también, tengo un amigo maravilloso.
Pero
no fue el único bailarín que me hizo volar, porque cuando llegas a baztango
comienzan a abrirse los corazones y la energía fluye por los brazos. Estos
abrazos son poderosos y nos conectan fuertemente más allá de nuestro cuerpo,
con la energía que movilizamos en los movimientos.
Para
mi fue el reencuentro con maravillosos bailarines, con nuevos abrazos y nuevas
conexiones.
Una
de las sensaciones más gratas que se puede llegar a tener es cuando bailas con
alguien por primera vez y sucede la conexión mágica del abrazo y el movimiento
fluye en un torbellino de energía. Cuando paras las dos personas se sonríen porque han entendido lo ocurrido. No hay músculos suficientes en
el cuerpo para apoyar la sonrisa, el agradecimiento por esa fabulosa sensación.
Cuando vuelves a envolverte en el abrazo, los siguientes tangos serán todavía
más electrizantes.
Eso
ocurre en Baztango. Como muchos de esos lugares donde nos apretamos durante
varios días la energía va relajando los cuerpos, surgen conexiones ya
simplemente en la mirada, en el roce de las manos. No sólo en la pista.
Conectamos y nos sentimos todos.
Según
van avanzando los días, dormimos menos y bailamos más y más.
Baztango
es un encuentro donde no te dejan quieto. Sus propuestas diarias nos van
sometiendo a un “crescendo” de alegría imparable.
Este
año no me quise despistar y gracias al cielo, me sometí el viernes pronto a Gemma.
Este año estaba pletórica de energía y me dio un masaje y achuchón, que de
nuevo me descargó tensión y salí de aquella habitación dispuesta a comerme el
momento. Qué acierto siempre es andar relajado porque todo lo que se te viene
encima es abrumador.
El
viernes dos milongas, la primera con chocolate con bizcochos. Eso de bailar,
trasnochar y no parar hace que necesitemos azúcar en vena alocadamente. Claro,
solo íbamos a bailar unas ocho horas, quien dice que no a la milonguita de 2
horas previas.
El
viernes el excelentísimo don Mariano Quiroz, puso música. Vinilo tras vinilo,
tanda a tanda, locura continua.
El
sábado es para quitar el sentido, con la degustación de sidras y el son cubano
que nos volvemos literalmente locos (lo del trenecito, lo voy a obviar).
El
último día Joseba, que musicaliza de tal manera que dan ganas de tomar el coche
e irse desde Madrid a Chacabuco 852 sin pensar, cualquier día.
Y por si no teníamos suficiente, Federico y Sabrina el viernes y Adriadna y Fernando el sábado, nos deleitaron con sus exhibiciones. No quedó ahí el placer con ellos. Se unieron a todos nosotros con sus sonrisas, cercanía y amabilidad. Nos regalaron su presencia de grandes profesionales y como cualquier milonguero del evento, disfrutaron de todas las actividad como uno más. Sólo los grandes hacen esas cosas y les aplaudo por su cercanía.
También, puedo
contar de comidas que eran desayunos. De cenas con risas y prisas por ir a
engalanar nuestros cuerpos milongueros.
De
alguna escapada a los montes que rodeaban el hotel, al mar, que está a tiro de
piedra, a pasear por Zestoa, que algunos ni pisamos hasta el último día en la
milonga del portón.
Luego
está la historia particular, esos momentos preciosos de cada uno, donde
conocemos nuevas personas tanto para bailar sin fin, como para que se queden en
tu vida. El mundo del tango tiene la suerte de repartir amor en cantidades
industriales. Personas que espero volver a encontrarme con ellas más pronto que
tarde, porque se te cuelan en la vida, como si fueran de siempre.
Estos
cuatro días son como una meditación guiada. No hay nada más, nada fuera, que no
sea el hotel y la milonga. Estas viviendo en un sueño, que sabes tienes que despertar y te
empeñas en disfrutar cada instante de esas horas, que son un regalo.
Cuando
toca volver, siempre llevo encogido el corazón, la emoción en la garganta y el
hueco de los brazos los sientes vacíos.
Este
año no lloré al regreso, me llevaba a un Dj para Madrid con un montón de
vinilos en el maletero, y yo sólo lloro en intimidad o una pista de baile.
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