viernes, 20 de diciembre de 2013

Las Entrañables

En estás fiestas señaladas me siento:
Melodramática
Ojoplática
Sarcástica
Triste
Abrumada
Contrariada
Hastiada
Cansada
Estresada
Melancólica
Descreída
Solitaria
Acompañada
Fiestera
Compungida
Harta
Inocente
Sensible
Pasota
Aburrida
Desesperada
Somnolienta
Confundida
Cauta
Formal
Irónica
Afónica
Cocinera
Compañera
Hija
Hermana
Tía
Amiga
Huérfana
Desorientada
Divertida
Generosa
Emocionada
Egoísta
Pensativa
Apasionada
Milonguera
Guapa
Glamorosa
Creativa
Ilusionada
Enfadada
Agotada
Agradecida
Y también, deseando pasen.



miércoles, 18 de diciembre de 2013

El Hobbit: La Desolación de Tolkien

Cuando era adolescente leía todo lo que caía en mis manos, todo absolutamente. Iba definiendo gustos y era casi enfermizo terminar uno y asomarme al abismo del siguiente. Mis padres no daban crédito puesto que no habiendo un hábito familiar, cayera fanáticamente en las redes de las palabras. Tiempo después este comportamiento mío hizo que ellos también terminasen acercándose a tantos libros con los que aparecía por casa, como si fueran un tesoro. Que lo son.
Con diecisiete años hubo uno que me llamó la atención, ya empezaba a decantarme por la literatura épica y fantástica. El Hobbit, un librito que me gustó mucho e hizo me lazase a buscar cualquier otra lectura de aquel autor: J.R.R.Tolkien. Evidentemente la siguiente aventura fue ir de cabeza a El Señor de los Anillos, con sus tres libros contenidos en un volumen y una cantidad de páginas más que desalentar, me produjo alegría el pensar cuanto tiempo estaría colgada de su lectura.
Aquello fue tremendo, lo leí en apenas unas semanas en plenos exámenes, con los nervios paternos al límite al verme siempre con el libro entre manos en vez de los de estudiar. No hubo motivos para el enfado porque todo quedó satisfecho: mi avidez por la lectura, la satisfacción por las buenas notas con la consiguiente la alegría de mis padres, por lo cual decidieron regalarme otro libro; El Silmarillión. Con éste reconozco que me patinó la neurona durante la lectura.
Todos los lectores compulsivos sufrimos del mismo mal, te gusta un libro y quieres leerte todo que haya sido escrito y perpetrado por el autor. A lo loco y sin criterio (no es el caso).

A pesar del esfuerzo mental desarrollado en tan poco tiempo, quedé seducida por el mundo Tolkien en todo su esplendor, tanto que he llegado a ser un poquito friki con el tema. Expongo unos ejemplos que pueden dar fe de lo malas que se ponen las cabezas: tengo un pequeño "altar" con las películas, los libros, las figuritas que venían con las pelís y algún producto de merchandising como el colgante de los elfos, por otro lado una joya bellísima. En otro tiempo tuve el anillo único, uno de tantos anillos únicos y que ciega de amor filial le regalé a mi sobrino. A veces me da el síndrome Gollum y lloro por el anillo perdido. He  ido disfrazada de Elfo a los estrenos de las películas del Lord y también me regalaron a Dardo, la espada de Frodo, antes de Bilbo que hace ruidos y se pone azul a la que meneas y avisa que hay orcos en los alrededores. Es toda una verbena la espadita y quitarle las pilas fue una de las grandes decisiones de mi vida.
No tengo fotos de aquellos momentos con la pena consiguiente.
Así que vistas las tres películas de El Señor de los Anillos, en las que me lo pasé genial y colmaron mis expectativas respecto a las mismas, como no iba a sentirme seducida frente al Hobbit.
Realmente este libro aunque me gustó no me pareció tan extraordinario como el resto, pero lo disfuté por su lectura fantástica y sobre todo por la cantidad de personajes maravillosos: hobbits (medianos), enanos, elfos, magos….. locura todo.
El año pasado me enfrenté a la primera película, recordando el argumento del libro y dispuesta a ver una adaptación al cine. Una cosa es un libro y otra la adaptación, aunque las anteriores apuestas me parecieron bastante fieles a la historia, estuve sospechando que algo no iba bien porque el libro no daba para tres películas.
Lo cierto es que la primera me dejó atónita. Atónita de aburrimiento porque no es más que unos señores que se plantan en casa del pobre Bilbo, se lo comen todo, aparece el comercial de la batamanta, Gandalf el gris y luego de convencer al hobbit de hacerse saqueador (me pírria, yo también quiero ser saqueador) para marchar con ellos. Luego aparece Gollum haciendo las delicias de todos. Reconozco mi debilidad por ese bicho y repugnancia/ternura que me despierta. Ya no pasa nada más, bueno si, ese enano atractivo que es Thorin Escudo de Roble, me hizo recordar lo sentido por él en el libro. Que tiene dos bofetadas.
No pude evitarlo, este sábado fui a ver El Hobbit: la desolación de Smaug. No fue el único desolado. Desde luego las hordas de adolescentes que gritaban cual orcos estaban encantados, pero los que ya tenemos una edad, con algunos años entre la lectura del mundo Tolkien y la filmografía nos recorrió un escalofrío medular serio. Lo mismo era un cine interactivo y no me enteré que había unas corrientes de aire que no ayudaban a centrarse.
Thorín seguía despertando mis ganas de insultarle por lerdo. A Gandalf no le entiende nadie ni en la Tierra Media ni en la entera. Bilbo resuelve con gracia para ser un apacible hobbit. Légolas, que por él que si pasa el tiempo y un aumento extraordinario en el padrón de Elfolandia. 
No me animé a verla subtitulada, no quería perderme en el atractivo visual trepidante y por supuesto, no andar a la caza ni de enanos ni subtítulos. Y entonces hablo el Smaug El Dragón.
Madre, madre, madre, madre. 
¡Qué me enamoré como el burro de Shrek de su dragona! ¡Que personalidad! Atractivisimo con sus alitas y ese aliento que enciende a cualquiera. Lo mejor de la película. En la primera fue Smigol, alias Gollum y en esta, Smaug.
Iré a ver la tercera por supuesto, con menos convencimiento todavía,  aunque sólo sea para ver ese bichaco que me arrebata. 
En fin, Peter Jackson se ha hecho con los mandos de las adaptaciones y estas películas tienen de la historia Tolkien lo que yo de cura párroco. Nada.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Baztango y el Laberinto de las Emociones

¿Pensar que estuve a punto de perdérmelo?
El error fue mío, si esperas que alguien te diga o que se confirme "nosequé", te puedes quedar en tierra y cara de circunstancia.
Afortunadamente y sin esperar más, escribí a Joseba y le pregunte a última hora si quedaba plaza libre. Era el viernes anterior a evento y ellos iban a estar fuera por trabajo. "En cuanto podamos te contesto". Y lo hizo el domingo a última hora de la noche. No sé por qué, pero estaba convencida que había un hueco para mi. Y lo hubo.
Así que de repente me encontraba a tres días de tomar el coche (no cojo el coche desde que conozco tanto argentino) y viajar a otra dimensión, digo a baztango.
Cómo ya he tenido la suerte de ir en anteriores ocasiones, sabía que lo que iba a encontrar aunque con el gusanillo del la inquietud pensando "lo mismo no es como otros años y no lo paso bien". No sé, siempre tengo es cosita dentro ya vas con unas expectativas tan altas a este tipo de eventos y, la verdad, es que no tenía ni idea de lo que me esperaba.
Durante todo el viaje en coche que realicé sola, fui cantando a voz en grito pletórica de alegría. No me perdí (bien por mi) y pendiente que estaba de salidas de autopista, rotondas y montañas (soy de “Madrí” cuando veo una montaña me quedo tonta) y de repente, apareció el hotel Arocena ante mis ojos.
Llegué más pronto de lo esperado, así que subí a la habitación. Una pequeña, muy pequeña con un armario y cama grandes, muy grandes, con unas vistas de locura. Quedaban muchas horas por delante para comenzar y decidí descansar un poco. Madrugar, cinco horas de coche y la emoción, creí inocentemente que dormiría un rato.
Creo que ahí empecé a sentir el mal del milonguero. No duermes ni queriendo. Tampoco es que lo pusiera en las actividades, es verdad.
En el tiempo que tarde en darme cuenta que iba ser inútil descansar, me estaba poniendo nerviosa por momentos así que me puse en marcha. Lo primero que había que hacer era tomar el primer café de todos los que me he podido tomar este festival. No sé como no he acabado fulminada alguna noche de tanta emoción y cafeína.
Este año coincidía que en Madrid había otro encuentro así que sólo estuvimos 2 personas como representación capitalina y cada una nos tomamos una habitación. Hay que reconocer que es más barato compartir pero así, también es más tranquilo y puedes tener la habitación como si hubiera habido un terremoto. La mía.
El cinco de diciembre de dos mil trece, a ocho de la tarde: comienzó Baztango.
Como si hubieran dado una corriente de luz a todos los que abarrotamos el salón, preparados para cenar, con el brindis presto, la presentación por parte de nuestros anfitriones Joseba y Bakartxo de todo el equipo de magos y buenos amigos, surgió el primer estallido de júbilo.
Eso es lo que tiene Baztango para los que repetimos, los nuevos a la congregación se embelesan sintiendo como nos reencontramos y abrazamos. Nos miramos y sonreímos. Nos tocamos. Porque estamos de nuevo ahí, a punto de viajar a otro mundo.
Y comenzó de nuevo. Comenzó la alegría y con ganas.
Siempre que asisto a algún encuentro de este tipo, donde somos poco menos de doscientas personas, se nos puede sentir a todos y me encanta la sensación que se trasmite.
La luz en la milonga de Baztango es un adorno más. Mesas dispuestas alrededor de una pista magnífica donde sólo nos dolerán los pies porque estaremos dispuestos al sacrificio de horas y horas baile. Muchas, a veces demasiadas para aguantar tacón 7 horas. No importa te cambias por un calzado más cómodo, estás entre amigos. Muchos no nos hemos visto nunca pero aquí eso dura un suspiro. Reconocemos nuestra energía y nuestros corazones.
La primera noche la música fue maravillosa. Enrique Barraquero, un tipo con una mirada y sonrisa llena gran energía. Tal vez fuese porque era la primera noche aunque yo sentí lo mismo, con cada milonguero que me enfrentaba a la pista decía lo mismo: “qué tanda más buena nos ha tocado”. Era cierto.
No puedo decir que eso no ocurriera en cada una de las milongas sucesivas, porque ha sido el mantra de cada una de las noches.
Recuerdo un milonguero al cual había visto en varias ocasiones, me gustó su forma de bailar aunque nunca tuve el placer de hacerlo porque había sido invisible a sus ojos milongueros, hasta esa noche. Por eso me encantan estos lugares, todos nos vemos, sentimos y tenemos nuestra oportunidad.
Me sacó a bailar. Increíble experiencia, y lo primero que le dije entre tango y tango cuando me preguntó que tal, fue: "hace años que estoy esperando a que me sacarás".
Es verdad, tengo una técnica para hacer amigos harto curiosa, pero efectiva. Nos reímos y continuamos bailando todas las noches. Valió la espera y ahora también, tengo un amigo maravilloso.
Pero no fue el único bailarín que me hizo volar, porque cuando llegas a baztango comienzan a abrirse los corazones y la energía fluye por los brazos. Estos abrazos son poderosos y nos conectan fuertemente más allá de nuestro cuerpo, con la energía que movilizamos en los movimientos.
Para mi fue el reencuentro con maravillosos bailarines, con nuevos abrazos y nuevas conexiones.
Una de las sensaciones más gratas que se puede llegar a tener es cuando bailas con alguien por primera vez y sucede la conexión mágica del abrazo y el movimiento fluye en un torbellino de energía. Cuando paras las dos personas se sonríen porque han entendido lo ocurrido. No hay músculos suficientes en el cuerpo para apoyar la sonrisa, el agradecimiento por esa fabulosa sensación. Cuando vuelves a envolverte en el abrazo, los siguientes tangos serán todavía más electrizantes.
Eso ocurre en Baztango. Como muchos de esos lugares donde nos apretamos durante varios días la energía va relajando los cuerpos, surgen conexiones ya simplemente en la mirada, en el roce de las manos. No sólo en la pista. Conectamos y nos sentimos todos.
Según van avanzando los días, dormimos menos y bailamos más y más.
Baztango es un encuentro donde no te dejan quieto. Sus propuestas diarias nos van sometiendo a un “crescendo” de alegría imparable.
Este año no me quise despistar y gracias al cielo, me sometí el viernes pronto a Gemma. Este año estaba pletórica de energía y me dio un masaje y achuchón, que de nuevo me descargó tensión y salí de aquella habitación dispuesta a comerme el momento. Qué acierto siempre es andar relajado porque todo lo que se te viene encima es abrumador.
El viernes dos milongas, la primera con chocolate con bizcochos. Eso de bailar, trasnochar y no parar hace que necesitemos azúcar en vena alocadamente. Claro, solo íbamos a bailar unas ocho horas, quien dice que no a la milonguita de 2 horas previas.
El viernes el excelentísimo don Mariano Quiroz, puso música. Vinilo tras vinilo, tanda a tanda, locura continua. 
El sábado es para quitar el sentido, con la degustación de sidras y el son cubano que nos volvemos literalmente locos (lo del trenecito, lo voy a obviar).
El último día Joseba, que musicaliza de tal manera que dan ganas de tomar el coche e irse desde Madrid a Chacabuco 852 sin pensar, cualquier día.
Y por si no teníamos suficiente, Federico y Sabrina el viernes y Adriadna y Fernando el sábado, nos deleitaron con sus exhibiciones. No quedó ahí el placer con ellos. Se unieron a todos nosotros con sus sonrisas, cercanía y amabilidad. Nos regalaron su presencia de grandes profesionales y como cualquier milonguero del evento, disfrutaron de todas las actividad como uno más. Sólo los grandes hacen esas cosas y les aplaudo por su cercanía.
También, puedo contar de comidas que eran desayunos. De cenas con risas y prisas por ir a engalanar nuestros cuerpos milongueros.
De alguna escapada a los montes que rodeaban el hotel, al mar, que está a tiro de piedra, a pasear por Zestoa, que algunos ni pisamos hasta el último día en la milonga del portón.
Luego está la historia particular, esos momentos preciosos de cada uno, donde conocemos nuevas personas tanto para bailar sin fin, como para que se queden en tu vida. El mundo del tango tiene la suerte de repartir amor en cantidades industriales. Personas que espero volver a encontrarme con ellas más pronto que tarde, porque se te cuelan en la vida, como si fueran de siempre.
Estos cuatro días son como una meditación guiada. No hay nada más, nada fuera, que no sea el hotel y la milonga. Estas viviendo en un sueño, que sabes tienes que despertar y te empeñas en disfrutar cada instante de esas horas, que son un regalo.
Cuando toca volver, siempre llevo encogido el corazón, la emoción en la garganta y el hueco de los brazos los sientes vacíos.


Este año no lloré al regreso, me llevaba a un Dj para Madrid con un montón de vinilos en el maletero, y yo sólo lloro en intimidad o una pista de baile.