Cuando era adolescente leía todo lo que caía en mis manos,
todo absolutamente. Iba definiendo gustos y era casi enfermizo terminar uno y
asomarme al abismo del siguiente. Mis padres no daban crédito puesto que no
habiendo un hábito familiar, cayera fanáticamente en las redes de las palabras. Tiempo
después este comportamiento mío hizo que ellos también terminasen acercándose a tantos libros con los que aparecía por casa, como si fueran un
tesoro. Que lo son.

Aquello fue tremendo, lo leí en apenas unas semanas en
plenos exámenes, con los nervios paternos al límite al verme siempre con el
libro entre manos en vez de los de estudiar. No hubo motivos para el enfado
porque todo quedó satisfecho: mi avidez por la lectura, la satisfacción por las
buenas notas con la consiguiente la alegría de mis padres, por lo cual decidieron regalarme otro
libro; El Silmarillión. Con éste reconozco que me patinó la neurona durante la lectura.
Todos los lectores compulsivos sufrimos del mismo mal, te
gusta un libro y quieres leerte todo que haya sido escrito y perpetrado por el
autor. A lo loco y sin criterio (no es el caso).

No tengo fotos de aquellos momentos con la pena
consiguiente.

Realmente este libro aunque me gustó no me pareció tan
extraordinario como el resto, pero lo disfuté por su lectura fantástica y sobre todo por la cantidad de personajes maravillosos: hobbits
(medianos), enanos, elfos, magos….. locura todo.
El año pasado me enfrenté a la primera película, recordando
el argumento del libro y dispuesta a ver una adaptación al cine. Una cosa es un
libro y otra la adaptación, aunque las anteriores apuestas me parecieron bastante fieles
a la historia, estuve sospechando que algo no iba bien porque el libro no daba para
tres películas.

No pude evitarlo, este sábado fui a ver El Hobbit: la
desolación de Smaug. No fue el único desolado. Desde luego las hordas de
adolescentes que gritaban cual orcos estaban encantados, pero los que ya tenemos
una edad, con algunos años entre la lectura del mundo Tolkien y la filmografía
nos recorrió un escalofrío medular serio. Lo mismo era un cine interactivo y no
me enteré que había unas corrientes de aire que no ayudaban a centrarse.

No me animé a verla subtitulada, no quería perderme en
el atractivo visual trepidante y por supuesto, no andar a la caza ni de enanos ni
subtítulos. Y entonces hablo el Smaug El Dragón.
Madre, madre, madre, madre.
¡Qué me enamoré como el burro de Shrek de su dragona! ¡Que personalidad! Atractivisimo con sus alitas y ese aliento que enciende a cualquiera.
Lo mejor de la película. En la primera fue Smigol, alias Gollum y en esta, Smaug.

En fin, Peter Jackson se ha hecho con los mandos de las adaptaciones y estas películas
tienen de la historia Tolkien lo que yo
de cura párroco. Nada.
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