Ciertamente las personas que leen de forma habitual, de
alguna manera, y sin ser muy conscientes, suelen tener un vocabulario mucho más
rico, porque están familiarizados en el uso de lenguaje.
Siempre se aprenden leyendo, escuchando, escribiendo.
Lo bien que nos suena, cuando alguien habla correctamente,
sin necesidad de utilizar palabras rimbombantes, simplemente una exposición
clara, cercana.
Esas voces que declaman, con personalidad, dando vida a las
frases.
Es hermosa la palabra, utilizarla con cariño, aunque sea
para expresar descontento, porque es un vehículo maravilloso, que nos permite
comunicarnos. Darnos a otras personas.
Nuestra forma de hablar es una tarjeta de visita. Un
currículum, que muchas veces, sin darnos cuenta, nos puede encasillar.
Se ha escuchado tantas veces aquello, de personas con una
apariencia física impresionante de gran belleza, y de repente, abren la boca, y
te resulta vacío, que ha perdido gran parte de atractivo.
Lo peor son los programas de televisión, que alientan a
personajes gritones, que no saben construir frases, y quedan en evidencia,
dando patadas a los sentidos, y dejando boquiabierto al personal. Porque son
ridículamente “graciosos”, y muchos terminamos (no seré quien tire la primera
piedra) repitiendo atrocidades, y lo peor, las soltamos sin darnos cuenta, cualquier esa barbaridad.
Las palabrotas, bien traídas, sencillamente, es información
adjunta, el problema surge cuando sirven para no pensar y se convierten en
coletillas malsonantes, que lo peor es tu vocabulario puede quedar reducido, de la manera más
impensable.
Todo es una interacción social. La comunicación con otras
personas, pero también hacia nosotros mismos.
¿Cómo hablas de ti a los demás? Y ¿cómo te hablas a ti? ¿te
recriminas utilizando unas formas agresivas? ¿te denostas a la mínima de
cambio?
Así te hables, así te tratas, así funcionas.
Si eres de esas personas, que siempre que vas a comenzar
algo nuevo, lo primero que sueltas, bien fuera y bien dentro, para que todo el
mundo se entere, y tu el primero: ¡no puedo!, ¡no sé!, ¡no me va a salir!.
La verdad que con esa confianza en ti mismo, el mensaje que
lanzas al resto es: soy inútil, no cuentes conmigo. Pero lo peor, es que eso es
lo que piensas de ti.
Es terrible cuando estás en un grupo de aprendizaje, y
escuchas a alguien, que si fuera una excepción, pero no, demasiados, que suele
decir lo inútil, torpe que es, lo difícil que es algo, y que no va a salir (malingnos quienes generalizan), intentando contagiar esa inseguridad al grupo.
Los monitores y profesores tendrían que tener una consigna
con sus alumnos, para que ninguno exprese, el No, ni ninguna afirmación
negativa en clase. Estoy convencida, que sonriendo y probando, iría todo más
fluido, incluso quien se siente el torpe del grupo.
¿Y cuando no te gustas físicamente? ¡qué fea estoy! (o feo,
el género tampoco te exime de tratarte harto mal). Ya tienes justificado que
no vas a gustar. Pero claro, es que a ti no te gustas, y bueno, es una buena
razón para no trabajarte, también.
Cuando te dices lo tonta que eres. O te juzgas por algo.
Todos esos valores que te cuentas, es como te sientes, y
como te valoras a ti mismo. Lo poco generosos que somos con nosotros mismos.
Y cuando escuchamos a alguien que se dice cosas bonitas,
incluso graciosas, que son generosas consigo mismo, le recriminamos, porque va
de sobrado. ¿No te apetecería poder ser así de seguro?.
Nadie te va a dar lo que no te das a ti mismo, y esperar que
alguien lo haga por ti, es cargarle con una responsabilidad que no le
pertenece. El tiempo que los demás nos dan, debe ser generoso, no obligado. Y
por supuesto recíproco.
Aunque lo mejor, que podemos decirnos cada día que nos
enfrentemos al espejo: Tu si que vales. Y el resto del día, no lo olvides.
No hay comentarios:
Publicar un comentario