Se me escapó un suspiro.
Me sorprendió su descaro al hacerse escuchar.
Escapó pícaro, implicando a los de alrededor.
El pensamiento que todo el día deambulo por la cabeza,
necesitó un poco de espacio y sin consultarme, dejó de escapa un momento.
No le di importancia, suspiro muchas veces.
Pero este suspiro, me sorprendió, porque no sabía que estaba
acompañándome toda la mañana.
Tal vez no pertenecía al momento y rezagado se vio
sorprendido por el tumulto de la decisión a tomar.
Lo sentí salir, liberado, pero al mismo tiempo, se llevaba
algo mío.
No tenía prevista su partida, me incomodó la decisión, sin
consultar.
La justificación de la marcha, no era aquello de hoy. Tal
vez fue ayer, o se generó, en un momento, que te quedas colgando del tiempo,
pensando sin pensar, sintiendo sin querer.
Le encontré revoloteando. Iba y venía. Sin orden y acierto,
se plantaba ante mi boca.
¿Quieres volver? Y entonces marchaba. Pero no se iba.
Continúe el día, con un suspiro a mi lado.
A veces se posaba en el hombro, cerca del cuello, ronroneaba como un susurro y se acercaba como
una caricia.
Hubo ratos que le olvidada, y entonces me alborotaba el
pelo.
Otras, le extrañaba no sentir el suave sentir de vaivén.
Pasó la mañana, la tarde y la noche.
El cansancio del día, empezó a sentirse en el cuerpo, pesado
y torpe por momentos.
Susurrante a mi lado, dejamos la ropa a un lado, jugaba con
las prendas, se escondía y aparecía por cualquier manga, sonriente como un
crío.
Jugó con el agua, mientras lavaba las manos, ya tranquilas
del día.
Esta vez, con la previsión nocturna del final del día, un
nuevo suspiro, traído con la conciencia de quien busca relajarse, y de está
manera va aflojando la tensión diaria.
Súbitamente, suspiro y suspiro se encontraron.
No sé bien, creo que escuché risas de encuentro.
Tal vez una jornada larga y pesada me recompensaba con
invisibles compañía.
Pero no, allí estaban mis suspiros, revoloteando por la habitación.
“Tardase, tardaste…” escuché.
El resto del tiempo, no puede concentrarme en la cena,
porque las migas sirvieron de juguetes, el vaso de piscina, la servilleta de
escondite.
Intentando no prestar más atención que la necesaria, casi
les piso, no haciendo aspavientos que les espantasen, tanto trastear aquellas
horas, hizo que se fueran calmando.
Tranquilidad, por fin. Tranquilidad con sonrisa.
En la cama, antes de apagar la luz, suspiré de nuevo, y este
tercero, solo atinó ver mis suspiros acomodados en entre las sabanas, cerca de
la almohada. Se acercó a ellos, y le chistaron, bajito, susurrando palabra
somnolientas.
Cerré los ojos, y escuché ronroneos. Un último suspiro. Me
dormí.
Al día siguiente, se habían marchado todos.
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