Así de claro, soy nieta de Tarzán de los monos.
Mi padre, mis abuelos y la tía (foto de familia) |
Forma parte de las memorias paterna, y cuando de pequeña me la contarón, me
encantó. Los nietos empatizamos con ello, y por supuesto, los hijos de “boy” nos lo quedamos
en el haber familiar.
Rondan años cuarenta en un Madrid de
post guerra, y la historia es ésta:
Mi padre es hijo de madre soltera, todo un pecado de amor y abandono, cometido por, y a mi abuela, a partir de ahora, mi yaya.
En fin, que mi padre "era
fruto del pecado".
Tanto fue así, que la familia tuvo que abandonar el pueblecito
donde vivían, para venir a parir a mi padre, a un Madrid de final de guerra, pero
parece, que menos peligroso, que aquel pueblo y sus habladurías.
Comentario a parte, el pueblo de marras, lo he pisado una sola vez en la vida, y no
creo que lo vuelva a hacer, básicamente porque me interesa. ¿Raíces? Con lo
que voy a contar ¿quién las quiere cambiar?.
El caso es que mi padre, desde pequeño sabía fruto de que
era, y no se le ocultó nada. Tuvo la misma actitud, que hemos tenido el resto.
No nos interesaba nada más.
Llamando a mi padre, a la merienda |
Bastante tenían con sobrevivir en aquella ciudad destruida
y pobre. Había hambre, dolor y mucha tristeza.
Pero los críos son otra cosa, y en aquel tiempo, la
inocencia era de verdad. La información era mucho más limitada, para los
adultos, para los niños, mucho más.
Alguna película, algún comic, e infinidad de historias,
cuentos y leyendas. Todo eso corría entre la chavalería.
Común: Jabato, o caballerías, historias de vaqueros…
El caso, que a Miguelín que tendría unos 12 años (mi
padre, don Miguel) le tendrían que preguntar cuarenta mil veces quien era su
padre.
Por lo visto, y para evitar que le trataran igual que en el
pueblo, la historia a contar era, la del padre muerto durante la guerra.
Pero Miguel, debía estar harto y aburrido de soltar tan
común respuesta, que no se le ocurrió otra cosa, que responderle a alguno de
aquellos niños preguntones, que su padre era Tarzán. Y el niño lo creyó.
Así a pies juntillas. Hijo de Tarzán, ni más ni menos.
Durante meses, Miguel estuvo inventando historias, de que
iba a la selva a llevarle el almuerzo, cual obra, las peleas con las tribus,
los cocodrilos. Cosas de la Tía Chita
(qué menos).
Y los chavales, que debían agarrase a un clavo ardiendo, que
les sacara de aquella gris realidad, escuchaban y preguntan. Hubo el
momento glorioso paterno infantil de: “entonces ¿tu eres boy?” ¡Claro que mi
padre era boy!, se lo había ganado.
La historia podría haber continuado, si nuestro héroe (el
mío al menos), hubiera hecho participe a su madre de aquella rocambolesca
situación. Pero no lo hizo.
Un día, en grupo, algunos amigos que seguían ávidos las
mentiras selváticas, fueron a ver a mi yaya, y le preguntaron: “¿Es usted
Jane?”.
La cara de doña Miguela, tuve que ser de trata.
Los suegros de mi madre |
Una pena, no haberle puesto en antecedentes.
Hubo unos días de eres desdén infantil, pero por lo visto,
volvieron al poco a por más historias, que ya no serían de mi abuelo Tarzán.
La curiosidad, les dejó sin aventuras.
Cuando mi padre, siendo pequeños nos lo contó, nos pareció
emocionalmente maravillosa. Y a falta de un abuelo, mejor Tarzán, que petardo que abandonó a mi yaya, me importa un bledo los motivos, y se perdió un hijo y unos nietos fetén.
Así que puedo decir con orgullo, que a falta de detalles sin
importancia, soy nieta de Tarzán. Que mi padre es Boy, mi yaya Jane y sobrina nieta de Chita.
Claro que bien mirado, mi madre también tuvo los suyo. Tarzán y Jane,
eran sus suegros.
Eso no es todo.
Como que mi yaya, también fue Angela Lansbury….. pero
esa, ya es otra historia.
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