Haber aprendido alguna lección de otra manera.
No haber caído en los mismos errores, haber sido alguna vez
más comedida, o menos.
Haber hablado en vez de callar y tragar.
No haber dejado escapar ciertas situaciones o personas. O
haber soltado algunas mucho antes.
Aprender de otra manera, para llegar aquí.
Pero no nos podemos plantear la vida, más que como viene, y
hasta que no eres consciente de la responsabilidad que sólo tú tienes sobre tu
vida, no hay cambio ninguno.
Siempre tenemos la elección de tomar una dirección u otra. A
veces con suerte de poder rectificar, y alguna ocasión, aunque las menos, algún
rasguño en el alma te llevas.
No soy de las que piensa que el tiempo todo lo cura. El
tiempo no hace nada que uno no quiera.
Las heridas se cierran, siempre y cuando uno decide
cerrarlas, y aplicarse la medicina del perdón para eso.
Nos podemos queda colgados de un dolor, que puede tener
cualquier forma, por miedo a terminar, y sufrir. Como si la situación que a
veces se vive no fuese dolor suficiente.
Hay un momento en el camino del aprendizaje, donde te das
cuenta que el prisma de la perspectiva te da un color diferente para mirar, hay
algo dentro de ti, y abre la pequeña caja donde se guarda la llave de la
felicidad.
Para mi, la felicidad son gotas de la esencia de la vida,
que se guarda en cualquier lugar inesperado.
Me gusta festejar esos momentos. Aunque no creo que se
escondan, sino que están depositados, como gotas de aceite. Si los tocas te
impregnas.
No creo que en la felicidad como una gran burbuja, llena de
cosas “increíbles” (cada uno tiene sus gustos y necesidades), donde disfrutar a
cada instante. Eso puede ser una situación puntual, y no vas a estar viviendo
tan pletóricamente, dependiendo de lo externo. Y si esa posibilidad existe, no
creo que sea sana al corazón.
Como tampoco tomar nada de nadie, para justificar nuestra
felicidad.
Para mi la felicidad es encontrar ese instante, en cualquier
situación, persona, momento, lugar, que despierte una sonrisa en tu corazón.
Me gusta sonreír con los ojos.
Sonreír solo por placer.
Cantar. Hacer una banda sonora diaria, para cualquier cosa.
Compartir agua (en el templete).
Comer tarde.
Bailar, en las milongas. En la cocina. Al otro lado de la
pared, cuando ensaya mi chico.
Convertir las zapatillas de estar por casa, en zapatos de
claqué.
Reírme de la mancha de mi camiseta.
Disfrutar dando un masaje.
Perderme en un aroma.
Maquillarme.
Imaginar lo imposible.
Proyectar, trabajar y conseguir mis proyectos. De
pensamiento y obra.
Ilusionarme por nada.
Dejar lo que no necesito.
Los gatos.
Conseguir, perseverando, que aquella cara sería matinal y
diaria, me devuelva el saludo, en forma de sonrisa.
Me gusta tocar las hojas de los árboles.
Ir al monte y descalzarme.
Correr tras las palomas.
Acariciar las portadas de los libros.
Descubrir nuevos sabores.
Mirar los ojos de mi chico.
Bromear con mi padre.
Abrazar a mi sobrino.
Ir al cine. Al teatro. Al parque. Al museo. A ver anochecer.
Quedar con mi amiga Quedar con mi amigo. Quedar con mi amiga
Quedar con mi amigo. Quedar con mi amiga Quedar con mi amigo. Quedar con mi
amiga Quedar con mi amigo…. (tengo muchos).
Desayunar antes de dormir.
Viajar.
Viajar sin salir.
No hacer nada.
Todos los días encuentro algo que justifique mi instante. Tantas
cosas o ninguna. La elección de disfrutar de pequeñas cosas, y hacer que cada día
haya valido la pena. Aún cuando no tenga ganas de levantarme.
Pero hoy, me levante blandita de vida.
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