lunes, 27 de enero de 2014

Diario de una Gatoprimeriza. Los Orígenes

Nunca he sido de esas personas que desde pequeñas tienen unas “metas que alcanzar" en su vida, y llegada
Las mascotas que nunca tuve
a cierta edad sino se han visto cumplidas esas expectativas aparecen los momentos de frustración.
Recuerdo de niña en el colegio, allá cuando tenía tal vez 9 o 10 años, las niñas vivían en la certeza de casarse y tener hijos, como gran logro personal. A mi particularmente, me espantó el simplismo y línea vital con que nos metían en nuestras pequeñas mentes. Bueno me espantaba más que nadie  lo cuestionase, es lo que tiene ser rara desde la tierna infancia.
Eso sí, reconozco que había algo que me frutaba respecto con aquellos niños: tenían mascota. Aunque esa mascota en casi todos los casos era perro.
Porque yo soy más de felino. 
Los gatos siempre me han gustado mucho, demasiado. Les encontraba misteriosos, independientes, graciosos, hábiles y sobre todo muy de estar a lo suyo. “Así como tu”,  palabras maternas, palabras sabias.
Los perros también, me encantan los animales en general, pero de otra manera.
A mi padre no le gusta los animales, punto. Le dan miedo pues de pequeño fue atacado por un perrazo que le hizo daño no sólo físico. Con lo cual lo único que entraba en casa de mascota eran pajaritos. Y fueron muchos plumíferos amigos lo que tuve.
Pero ni gatos, ni perros. Nunca.
La vida da mil vueltas y aunque de buena fe, parece que me buscaba compañeros que los gatos les producían el rechazo social y absurdo de a la mayoría.
Siempre achaqué de que quien piensa que los gatos son traidores, y con el lema de “los perros es que te quieren porque sí” es un poco de autoestima compensada con el amor incondicional del can.
A lo que iba, lo único que he deseado en la vida y me causó un su grado de frustración fue tener un minino, así que cuando hace unos meses y después de hablar de ello con mi chico más de una ocasión y como si realmente hubiera esa posibilidad, sintiéndome alentada interiormente, hice algo que no suelo hacer por aquello de las frustraciones antes mencionadas; volvieron mis ganas de tener un gato, inquietas y calladas.
Empecé a fantasear con esa idea de tener un felino en casa. Comencé a leer y a escuchar a mi chico, que ha sido uno de esos afortunados que desde siempre ha convivido con animales, encontrando de  lo más natural hacerlo, y que no lo había valorado por somos muy de andar siempre por ahí, sin horas. Sin orden ni concierto, que es músico.
Cleo, en su minuto uno en casa
Y un buen día sin dar tiempo a nada, apareció un minino en mi vida. Vino con un pan bajo la patita, ya que apareció con todo el ajuar: camita, transportín, caja, arena, comida para casi una semana…..
Una gatita chiquita, callejera, que andaba con sus hermanos grandes y recios. Era pequeñaja, débil y con hambre de todo. Negra menos un mechón blanco en la pechera.
En el coche de vuelta a casa, sin dar crédito a que se había cumplido el único sueño que me he permitido tener, íbamos pensando como llamar a ese pedacito de alegría. Tenía que ser algo corto, sonoro y poderío. ¿Cleo? Si, pero mejor Cleopatra la reina del Nilo, esa que hizo tambalearse el mundo poderoso de Roma.
Desde el minuto uno se pegó a nosotros como un mejilloncito y yo descubría todo un mundo dentro en esa cosita que nos perseguía por toda la casa. Cariñosa y sociable, se dejaba coger, acariciar se dormía en nuestros brazos tranquila o se espatarraba para nuestro asombro.
Cleo tomando posesión la cama
Que de sensaciones y vivencias empezaron a amontarse cada día. Me emocionaba cuando llegaba a casa y venía corriendo con ganas que le acariciase, como jugaba y lo confiada que era, hasta que se le rellenaba el plato de comida, entonces parecía que había que llamar al exorcista. Con cara de enajenada y sacando unas uñas como alfileres se tiraba sin contemplaciones al plato. Seguramente la dulce gatita había pasado todo el hambre del mundo, y que su tamaño no se debía exclusivamente a que era hembra.
Y fue gatita durante un mes y medio, porque un buen día después de salir de clase hablé con mi chico para esas cosas de coincidencia hogareña: "que llego, que me voy, que vale, que yo también"…. Y sorpresa, que no se iba y que tenía noticias: Cleopatra era Ramses. A parte de las risas que nos hemos dado a costa de eso, y como apareció la “evidencia” ante los asombrados ojos del trompetista mientras jugaban, fue toda una conmoción.
Robándome el corazón 
Es que realmente era muy pequeño, tanto que no había ni desarrollado su cuerpito y contando ya con una edad en que había cambiado los piñines (dientes) de leche incluso, el resto no había despuntado. Esa tarde lo hizo con todo su esplendor y nosotros respondimos proporcionalmente de descolocados.
Menos mal, que la guerra de la galaxias siempre aporta cordura y sensatez en la vida, así que para digerir el acontecimiento nos vimos la trilogía (la primera, la de Luke, obvio).
La bola de pelo se ha quedado con Cleo y a no ser que se suframos un lapsus el género, ya lo tiene definido. 
Estoy tan loca contenta, tan sorprendida, tan alucinada, tan encantada, tan todo que me he dicho: "yo esto tengo que contarlo".
Y así haré.






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