miércoles, 28 de agosto de 2013

Mi derecho a no ser perfecta

Desde que naciste. Desde que te levantas hasta que te acuestas. En todos los soportes posibles, y con todo tipo de estrategias.
Tienes que estar maravillosa, física, intelectual, emocional y espiritualmente.
Y no me da la gana.
La banalidad y esclavitud que somete la sociedad y el sistema a la mujer, que empieza a sentirse bombardeada desde pequeña, y lo peor, que están metiendo en el saco al género masculino, es como poco deleznable.
El mensaje está claro: tienes que ser joven eternamente, estar siempre bella, crecer con tus emociones, el cuidado de tu cuerpo, siempre con el tufo de no tener defectos, meditar, y no enfadarte por las contrariedades.
Ser fuerte como un muro. Saber manejar las situaciones. Sonreír, a jornada completa.
Y la larga serie de consejos, recomendaciones y posibilidades.
Siempre maravillosa.
Y es que no te tiene que dar la gana de gastar energía, en estar siempre arriba.
Ocultar tus piernas porque tienes venitas (que no venas, por supuesto)
Las arruguitas; no gesticules, cremas caras, o mejor, carísimas. Tratamientos a saco.
Las caderas finas, huesudas, no redondas. Con curvas, pero sin excesos.
Pintarse, peinarse, maquillarse. Hasta dormida tienes que estar perfecta.
¿Si no fuese así? 
¿Pero que pasa? ¿En eso tengo que basar mi autoestima? La seguridad en mi misma, radica porque tengo el pelo brillante, o llevo unos tacones que dan vértigo. Porque no, echarle gracia natural para solventar la vida.
Y no pasar por tonta o frívola, si acaso no sabes de algo. Informada y con opiniones claras.
¡Ah! Hay que meditar, para tener tu momento de paz. O mejor, haz deporte. El cuerpo y la mente a trabajar. No, matiza: haz Pilates. Es más cool. Así tendrás unos movimientos más femeninos.
Y talleres, para estar al día, un poco para rellenar, y tener en que invertir el tiempo.
¡Puff! Es agotador, por favor.
Aunque no reivindico el derecho a estar tirada, no hacer nada, o descuidarte. No, me refiero a eso.
Estoy pensando el derecho a ser perfecta, equivocándome cuando elijo, pero elegir yo.
A cuidarme la piel, pero no frustrarme porque no tenga el lustre de hace años. A que mi cara tenga sus mimos diarios, pero querer esas arrugas, que han aparecido de vivir.
A leer lo que me guste y divierta, no solo prestar atención a temas intelectuales. Y si me trago un best-seller, como si me leo las obras completas de Aristóteles.
Y si tengo el día malo, pues lo tengo malo. Me puedo sentir fatal, llorar, y enfadarme, es que es mi derecho. Incluso, si lo necesito, perder los papeles. Pero al igual que llevar la belleza, supuesta, a límites absurdos, lo mismo pasa con el ánimo. Es que es necesario enfadarse, pero no dar alas al abatimiento sin sentido. Pero si me quiero desahogar y terminar con los ojos hinchados, los puños doloridos de apretar, y gritar porque algo te ha superado, sin injusticias o echando balones de responsabilidad fuera, te cabreas, ya está.
Meditar, puedes hacerlo en cualquier sitio, y de cualquier manera. Cuando caminas, cocinas, haces deporte, o mirando por la ventana. A veces la mejor meditación es no pensar en nada, parar un minuto y sonreír. O mejor, reír tanto que se nos mueva el mundo por dentro.
No somos eternos, nuestra belleza es esa, que somos efímeros, tenemos tiempo de estar magníficas, perfumadas, maquilladas, peinadas y vestidas como para un desfile, o para tener la mala cara, despeinadas, y andar por casa canturreando con ropa destrozada.
Mientras no te creas que eres tan especial, que no hay nadie como tu, que no necesitas tener la cara de un papel couche, ni que tu maquillaje es phoshops de la vida. Que tus piernas te llevan donde quieres, y puedes bailar hasta el amanecer, y no importa si hay celulitis o venas.
No significa que no te cuides. Hay que hacerlo, hay que mimarse y cuidarse. Porque nos gusta sentirnos guapas, pero eso no significa, no tener “imperfecciones”. Y además, es que este cuerpo, con todo lo que nos da la existencia, es para siempre, para toda la vida. Cuidarse no es convertirse en esclavo de uno mismo y su aspecto. Siento que la meta de todo es, sentirme satisfecha conmigo misma, lo que soy y puedo conseguir.
Por eso, si alguna vez resulta que tengo tripita y se marca cuando me pongo algo. O que mis pies son feos y no me gusta que me los vean. O ese granito, que parece va a salir en las noticias, y arruinar nuestra existencia.
Si andas siempre con ese dilema, tu seguridad se sentirá constantemente amenazada.

Y a mi eso, no me apetece lo más mínimo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario