jueves, 5 de septiembre de 2013

Mis memorias madrileñas

Me considero madrileña y castiza. Chulapa de corazón. Apasionada de mi ciudad. De sus rincones, misterios, leyendas, historia. De las músicas que le acompañan.
Así que he decidido que de vez en cuando tengo que hablar de esta pasión mía, en forma de esos sitios e historias, que tanto me gustan, y en cierta manera han marcado mi vida como ciudadana de esta ciudad.
Y voy a empezar con un pequeño paseo por el barrio de mi familia, Lavapies. Esta vez será un paseo por mi historia, la de mi familia. Los recuerdos surgidos en aquellas calles,  un paseo personal.
Más adelante, me sumergiré más despacio en su historia.
El barrio toma su nombre de la Plaza de Lavapies, era el antiguo barrio judío, y formaba parte del arrabal de la ciudad. Sin muchos datos de cuando empezó a despuntar la vida allí, sería aproximadamente por el siglo XIII.
Junto con los barios de La Latina, y Austrias, es el origen de la ciudad.
Vuelvo a Lavapies. Al de ahora y el de hace unas décadas, antes de de mirar al pasado más remoto.
Porque por sus calles, hubo parte de mi infancia, que iba a visitar a abuelos. Corrí y jugué por donde lo hicieron mis padres.
Tengo memoria de un montón de anécdotas personales, y otras tantas, que me han contado en la familia.
Por ejemplo, que la calle Mallorca, en los 40, era lo más, del barrio. De los primeros edificios con ascensor, y un niño iba a sentarse en el bordillo de la acera de enfrente a ver como subía y baja aquello, como de un cine se tratara. Era mi padre.
Hay un lugar diferente, un solar que esconde maravillas; esconde un huerto, un invernadero, lugar de encuentro de vecinos de antes y ahora, un lugar de cambio de estructuras mentales y rincón natural, hace unos cuantos siglos estuvo un edificio que fue un cuartel. En la parte de abajo caballerizas, arriba despachos, y habitaciones.
Luego, no recuerdo bien, no he encontrado datos que me lo avalen y que me encantaría encontrar, fue una casa de socorro (tema médico, creo) o algo así. Luego ya al final del XIX, pasó a ser casa de vecinos.
En concreto, en el tercer piso, en la segunda puerta de la izquierda, vivían mis abuelos maternos, con mi madre y tíos. Subir aquellas oscuras y larguísimas escaleras, son recuerdos de mi infancia.
Recuerdo el color de las pareces (verdes y negras), los lavaderos y urinarios, que estaban fuera de las estancias, y eran compartidas por los vecinos. La cocina de leña. Los ventanucos, por donde la niña que fue mi madre intentaba subir al tejado de la casa, y que buenas reprimendas se llevó parte de mi abuelo.
Recuerdo el olor de las comidas de los diferentes vecinos. Las historias que se contaban. Que la del final del pasillo izquierdo, había perdido a sus hijos y marido en la guerra, y que salía poco, y no le gustaban los gritos de los niños. Le ponían triste.
Que en el pasillo del piso de arriba, para que mi madre se explayase, corría gritando como una loca pequeña, y que a mi me daba terror ir más allá de aquel tercer piso.
Y bueno, historias personales, familiares, que nadan en mi memoria, y me hacen emocionar cuando pasó por aquel huerto urbano, que no es más ni menos, que la casa de mis abuelos.
Mi padre vivió en la calle Valencia, y mi madre en Doctor Fourquet.
La taberna, donde íbamos a comprar el vino, ahora la taberna de las pelotas, una habitual del barrio, ellos no lo saben, pero guardan las risas de mi abuela.
Ca Valencia con Dr Fourquet, donde estaba el ultramarinos del Señor Casimiro, y al más adelante, donde hay una tienda de juguetes eróticos, había una carbonería, donde por supuesto estaba prohibidísimo acercarme a tocar nada. Prohibición que me saltaba, con la consiguiente bronca materna regresando en el metro, porque me había tiznado las manos y ropa.
En la calle la Fe, Iglesia de San Lorenzo, allí se casaron mis padres, un día de agosto. Mi abuelo, que era republicano y ateo, con las consecuencias de aquella época, se negó a ser el padrino de boda, y se quedó esperando en el bar de enfrente, por no entrar en la iglesia (costumbre, que continuamos emoción los nietos).
O que donde ahora está la plaza de Agustín Lara, la biblioteca, antes las escuelas Pías, y la inclusa, nació mi padre.
En la sala El Mirador, estuve en su apertura, en la primera sesión que hicieron a los vecinos, porque mis tíos abuelos vivían en el edificio, en el cuarto piso. Vino la gran Gloria Fuertes a inaugurar aquello. Más emocionante imposible.
Donde está el Teatro Valle-Iclán, fue hace mucho, mucho, el Cine Olimpia. Pierdo la cuenta de las veces que estuve en aquel cine.
O el mejor bar de todo Madrid, para tomar café con churros, estaba en la calle Valencia, casi con Miguel Servert. Qué buenas meriendas familiares apadrinó aquel lugar.
Y cuantas más historias se me vienen a la cabeza, y sonrisas al alma. 
Creo que es necesario saber esos recuerdos de la familia, que al fin y al cabo es parte de la historia del barrio mismo, además de la mía.
Así que poco a poco iré recordando, e intercalando historias personales, con las del colectivo.
Como recuerdos de familia. Como recuerdos del bario de la familia. Como recuerdos de Zarzuela.



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