Joyas, colores llamativos y mucha cirugía.
Imágenes tamizadas por la luz a través de las medias de un
objetivo generoso, que le otorgaba un aura de glamour de otros tiempos.
Tengo que reconocer el cambio de opinión, cuando aquella mujer
madura, de piernas cortas, llenitas y contundentes, que andaba llenando
teatros, y parecía una retrospectiva de otras décadas, hizo un programa de
televisión Sara y punto, creo que se llamaba.
Vi a una señora divertida, vital, que tenía un no se qué,
que me atrajo.
En casa siempre se cantaron cuples. Tanto mi abuela, como mi
madre, les encantaban. Y para mi, no dejaban de ser viejas canciones, que
escuchaba, entre sorprendida por su picardía y la nostalgia de otros tiempos.
Y Sara, con ese saber estar tan saritísimo, los cantaba,
igual que en mi casa, con mucha gracia.
Entonces empecé a ver películas de Sara (o Sarita). Y a
aprenderme aquellas canciones picaronas y divertidas, con mi madre.
Y me enamoró aquella mujerona, en la pantalla. Tan bella,
personal e intensa.
Algunas películas de los sesenta o principios de los
setenta, eran extravagantes, pero entonces había un primer plano, iluminando
esos ojos grandes, y la tez de nailon, y se diluían todos los prejuicios. Sus
dicciones hacían, que las palabras fueran paladeadas, antes de ser cantadas.
Tardé en darme cuenta lo moderna que fue siempre. Valiente y
trabajadora.

Se rodeo de los grandes, actuó con los grandes.
Una mujer que apenas sabía leer y escribir, porque era
costoso, y fueron sus hermanos quien tuvieron educación (¿a que me recuerda esa
situación?), y que se aprendía escuchando los guiones. Cae en manos de León
Felipe, quien le enseña a leer. El siente su fuerza, su potencia personal. Ella que estaba ávida de aprender, saber y
vivir.

Se casó con un americano de la farándula de Hollywood. Vivió el glamour y brillo de los años dorados
del cine americano. Hay fotos de una bella Sara con Henry Fonda, Bob Hope,
Hitchcock, Elisabeth Taylor (que por cierto, eran igual de altas, o bajas, según
se mire).
Es para presumir, que le hizo unos huevos fritos a Marlos
Brando, sin sucumbir a los encantos de aquel, porque le habrían hecho ser una más.
Qué hermosa, como supo vivir, elegir, luchar, hacerse valer.
¿Quien puede presumir de haber hecho una película que haya
estado en cartel, en la Gran Vía de
Madrid, durante un año y medio? El último Cuplé.
Con La
Violetera , le hicieron la actriz mejor pagada del mundo,
hasta la fecha.

Dejó de hacer cine en los 70, porque dijo: “son los años en
los que una actriz, entra en una cocina por un café, y sale desnuda. Si haces
eso una vez, toda tu carrera anterior no vale nada. No pienso tirar mi carrera
con este tipo de cine de tetas”.
Podíamos pensar que para alguien de su renombre, podía
permitirse el lujo de hacer. Muchas pudieron hacerlo, pero lo hizo ella.

Desde que con 16 años hiciera su primer película, los iba
enamorando a todos.
A su regreso de América se casó con un empresario, a quien dejó a los pocos meses. Él quería que Sara dejara
de ser actriz y cantante. Amigo, te casaste con Sara Montiel. Sara era actriz y
cantante. No iba a ser una santa y sumisa esposa.
Se le criticó, se le llamó de todo, pero al mismo tiempo se
le consentía todo.
Era una grande, nuestra grande.
Es mi pequeño homenaje, de una mujer, que cuando le escucha como
Antonia (su verdadero nombre era Mª Antonia Abad), me encantaba. Lo que había
conseguido esa chica de pueblo, que quería cantar. Una mujer que rompió con
tantas tonterías y se convirtió en lo que quería.
No creo que dejase de echar pasión a su vida, ni en el último
minuto.

Para Almodóvar era una diva, le ofreció en repetidas
ocasiones, hacer alguna intervención en el cine, pero ella, no accedió. Sabía
que su vida ante la cámara de cine, había pasado.
Galardones, películas, discos, reconocimientos.. El último,
en el Festival de Berlín, andaban detrás, para hacerle un homenaje.
Era bella, inteligente, perseverante. Cantaba e
interpretaba, con dedicación, y pasión.
Me deslumbró.
Con mi abuela (Isabel), madre (Isabel) y Sara
(Antonia), aprendí a cantar cumples.
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