lunes, 2 de septiembre de 2013

Doña Sara

Viví el presente de sus últimas décadas.
Me parecía una mujer excesiva en muchos sentidos. Algo sobreactuada cuando salía por la tele. Amores maduros, llenos, desfasados, de revista del corazón.
Joyas, colores llamativos y mucha cirugía.
Imágenes tamizadas por la luz a través de las medias de un objetivo generoso, que le otorgaba un aura de glamour de otros tiempos.
Tengo que reconocer el cambio de opinión, cuando aquella mujer madura, de piernas cortas, llenitas y contundentes, que andaba llenando teatros, y parecía una retrospectiva de otras décadas, hizo un programa de televisión Sara y punto, creo que se llamaba.
Vi a una señora divertida, vital, que tenía un no se qué, que me atrajo.
En casa siempre se cantaron cuples. Tanto mi abuela, como mi madre, les encantaban. Y para mi, no dejaban de ser viejas canciones, que escuchaba, entre sorprendida por su picardía y la nostalgia de otros tiempos.
Y Sara, con ese saber estar tan saritísimo, los cantaba, igual que en mi casa, con mucha gracia.
Entonces empecé a ver películas de Sara (o Sarita). Y a aprenderme aquellas canciones picaronas y divertidas, con mi madre.
Y me enamoró aquella mujerona, en la pantalla. Tan bella, personal e intensa.
Algunas películas de los sesenta o principios de los setenta, eran extravagantes, pero entonces había un primer plano, iluminando esos ojos grandes, y la tez de nailon, y se diluían todos los prejuicios. Sus dicciones hacían, que las palabras fueran paladeadas, antes de ser cantadas.
Tardé en darme cuenta lo moderna que fue siempre. Valiente y trabajadora.
Lo deslumbrante y perseverante que debía de ser. Con 22 años, con una carrera que empezaba a despuntar, se va Méjico. En los años 40, aquel país está lleno de intelectuales y artistas españoles que se habían exiliado a causa de la dictadura.
Se rodeo de los grandes, actuó con los grandes.
Una mujer que apenas sabía leer y escribir, porque era costoso, y fueron sus hermanos quien tuvieron educación (¿a que me recuerda esa situación?), y que se aprendía escuchando los guiones. Cae en manos de León Felipe, quien le enseña a leer. El siente su fuerza, su potencia personal.  Ella que estaba ávida de aprender, saber y vivir.
Hizo cine en Méjico y en Estados Unidos. Como siempre con españoles, en papeles de india, o cubana. Pero les enamoró.
Se casó con un americano de la farándula de Hollywood.  Vivió el glamour y brillo de los años dorados del cine americano. Hay fotos de una bella Sara con Henry Fonda, Bob Hope, Hitchcock, Elisabeth Taylor (que por cierto, eran igual de altas, o bajas, según se mire).
Es para presumir, que le hizo unos huevos fritos a Marlos Brando, sin sucumbir a los encantos de aquel, porque le habrían hecho ser una más.
Qué hermosa, como supo vivir, elegir, luchar, hacerse valer.
¿Quien puede presumir de haber hecho una película que haya estado en cartel, en la Gran Vía de Madrid, durante un año y medio? El último Cuplé.
Con La Violetera, le hicieron la actriz mejor pagada del mundo, hasta la fecha.
O que durante la guerra fría, en los 60, fuese a actuar a Moscú. O aquel rumor, que en Rusia, se aprendía español con sus películas, porque su forma de pronunciar tan exagerada, con aquellos labios, tan potentes y llenos de fuerza. Ella Sara.
Dejó de hacer cine en los 70, porque dijo: “son los años en los que una actriz, entra en una cocina por un café, y sale desnuda. Si haces eso una vez, toda tu carrera anterior no vale nada. No pienso tirar mi carrera con este tipo de cine de tetas”.
Podíamos pensar que para alguien de su renombre, podía permitirse el lujo de hacer. Muchas pudieron hacerlo, pero lo hizo ella.
Y se hizo empresaria. Pero continuo en las tablas y siguió llenando teatros. Cada vez más mayor, y más contundente de carnes.
Desde que con 16 años hiciera su primer película, los iba enamorando a todos.
A su regreso de América se casó con un empresario, a quien  dejó a los pocos meses. Él quería que Sara dejara de ser actriz y cantante. Amigo, te casaste con Sara Montiel. Sara era actriz y cantante. No iba a ser una santa y sumisa esposa.
Se le criticó, se le llamó de todo, pero al mismo tiempo se le consentía todo.
Era una grande, nuestra grande.
Es mi pequeño homenaje, de una mujer, que cuando le escucha como Antonia (su verdadero nombre era Mª Antonia Abad), me encantaba. Lo que había conseguido esa chica de pueblo, que quería cantar. Una mujer que rompió con tantas tonterías y se convirtió en lo que quería.
No creo que dejase de echar pasión a su vida, ni en el último minuto.
Se dice que fue amante de Severo Ochoa. Pero eso son rumores, claro que si añadimos los rumores de posibles amores, entre matrimonios (se casó 4 veces), había nombres tan reconocibles como Hemingway o Jean Dean. Y tan certeros como Miguel Miura, Indalecio Prieto o Maurece Robet.
Para Almodóvar era una diva, le ofreció en repetidas ocasiones, hacer alguna intervención en el cine, pero ella, no accedió. Sabía que su vida ante la cámara de cine, había pasado.
Galardones, películas, discos, reconocimientos.. El último, en el Festival de Berlín, andaban detrás, para hacerle un homenaje.
Era bella, inteligente, perseverante. Cantaba e interpretaba, con dedicación, y pasión.
Me deslumbró.
Con mi abuela (Isabel), madre (Isabel) y Sara (Antonia), aprendí a cantar cumples.

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