viernes, 6 de septiembre de 2013

Soy la nieta de Tarzán

Así de claro, soy nieta de Tarzán de los monos. 
Mi padre, mis abuelos y la tía (foto de familia)
Forma parte de las memorias paterna, y cuando de pequeña me la contarón, me encantó. Los nietos empatizamos con ello, y por supuesto, los hijos de “boy” nos lo quedamos en el haber familiar.
Rondan años cuarenta en un Madrid de post guerra, y la historia es ésta:
Mi padre es hijo de madre soltera, todo un pecado de amor y abandono, cometido por, y a mi abuela, a partir de ahora, mi yaya. 
En fin, que mi padre "era fruto del pecado".
Tanto fue así, que la familia tuvo que abandonar el pueblecito donde vivían, para venir a parir a mi padre, a un Madrid de final de guerra, pero parece, que menos peligroso, que aquel pueblo y sus habladurías.
Comentario a parte, el pueblo de marras, lo he pisado una sola vez en la vida, y no creo que lo vuelva a hacer, básicamente porque me interesa. ¿Raíces? Con lo que voy a contar ¿quién las quiere cambiar?.
El caso es que mi padre, desde pequeño sabía fruto de que era, y no se le ocultó nada. Tuvo la misma actitud, que hemos tenido el resto. No nos interesaba nada más.
Llamando a mi padre,
a la merienda
Bastante tenían con sobrevivir en aquella ciudad destruida y pobre. Había hambre, dolor y mucha tristeza.
Pero los críos son otra cosa, y en aquel tiempo, la inocencia era de verdad. La información era mucho más limitada, para los adultos, para los niños, mucho más.
Alguna película, algún comic, e infinidad de historias, cuentos y leyendas. Todo eso corría entre la chavalería.
Común: Jabato, o caballerías, historias de vaqueros…
El caso, que a Miguelín que tendría unos 12 años (mi padre, don Miguel) le tendrían que preguntar cuarenta mil veces quien era su padre.
Por lo visto, y para evitar que le trataran igual que en el pueblo,  la historia a contar era, la del padre muerto durante la guerra.
Pero Miguel, debía estar harto y aburrido de soltar tan común respuesta, que no se le ocurrió otra cosa, que responderle a alguno de aquellos niños preguntones, que su padre era Tarzán. Y el niño lo creyó.
Así a pies juntillas. Hijo de Tarzán, ni más ni menos.
Durante meses, Miguel estuvo inventando historias, de que iba a la selva a llevarle el almuerzo, cual obra, las peleas con las tribus, los cocodrilos. Cosas de la Tía Chita (qué menos).
Y los chavales, que debían agarrase a un clavo ardiendo, que les sacara de aquella gris realidad, escuchaban y preguntan. Hubo el momento glorioso paterno infantil de: “entonces ¿tu eres boy?” ¡Claro que mi padre era boy!, se lo había ganado.
La historia podría haber continuado, si nuestro héroe (el mío al menos), hubiera hecho participe a su madre de aquella rocambolesca situación. Pero no lo hizo.
Un día, en grupo, algunos amigos que seguían ávidos las mentiras selváticas, fueron a ver a mi yaya, y le preguntaron: “¿Es usted Jane?”.
La cara de doña Miguela, tuve que ser de trata.
Los suegros de mi madre
Una pena, no haberle puesto en antecedentes.
Hubo unos días de eres desdén infantil, pero por lo visto, volvieron al poco a por más historias, que ya no serían de mi abuelo Tarzán.
La curiosidad, les dejó sin aventuras.
Cuando mi padre, siendo pequeños nos lo contó, nos pareció emocionalmente maravillosa. Y a falta de un abuelo, mejor Tarzán, que petardo que abandonó a mi yaya, me importa un bledo los motivos, y se perdió un hijo y unos nietos fetén.
Así que puedo decir con orgullo, que a falta de detalles sin importancia, soy nieta de Tarzán. Que mi padre es Boy,  mi yaya Jane y sobrina nieta de Chita.
Claro que bien mirado, mi madre también tuvo los suyo. Tarzán y Jane, eran sus suegros.
Eso no es todo.
Como que mi yaya, también fue Angela Lansbury….. pero esa, ya es otra historia.


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